miércoles, 29 de abril de 2009

UN VIDEO PARA CONOCER A CEFERINO NAMUNCURA

Homilía en la beatificación de Ceferino Namuncurá (pronuncida por el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de Benedicto XVI)

Queridos hermanos y hermanas: "En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, Jesús exclamó: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra"" (Lc 10, 21). En esta santa misa que tengo la inmensa alegría de presidir, concelebrando con mis hermanos en el episcopado y con tantos sacerdotes, acompañados de numerosos fieles venidos de diversos lugares de esta nación, doy gracias al Señor por todos los que os habéis congregado aquí, formando una multitud jubilosa, para participar en la beatificación del siervo de Dios Ceferino Namuncurá. A todos os saludo y expreso mi gran afecto con un abrazo de paz. Hoy, junto con Jesús y con toda su Iglesia, y llenos de la alegría del Espíritu Santo, damos también nosotros gracias al Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ha revelado a la gente sencilla, y no a los sabios del mundo, los profundos misterios de su vida y de su amor (cf. ib.). Dios comunica su vida, es decir, la santidad, a los pequeños, a los pobres, a los que tienen sed de justicia, a los que trabajan por la paz, a los perseguidos, a los que se empeñan cada día en vencer el mal a fuerza de bien. El episodio asombroso de la zarza ardiente, tan importante en la revelación del Antiguo Testamento, nos recuerda que entre la criatura y el Creador hay un abismo de por sí infranqueable. Sin embargo, en Jesucristo —el Hijo de Dios que se hizo pequeño y pobre, y que se anonadó hasta la muerte de cruz— ese abismo ha quedado colmado de tal manera que, quien cree en él, puede participar de la vida misma de Dios. Hoy celebramos estos prodigios de la gracia en un joven araucano, Ceferino Namuncurá, hijo del "gran cacique de la pampa". El Santo Padre Benedicto XVI, al que expresamos con afecto nuestro agradecimiento, ha querido que este muchacho de diecinueve años sea inscrito en el catálogo de los beatos. Pero, ¿quién es Ceferino y cuál es el secreto de su santidad? Como bien sabemos, Ceferino nació en una familia ilustre y generosa de la poderosa tribu de los indios araucanos, en tierras de la Patagonia. La santidad pudo florecer en él porque encontró un terreno fértil y rico en cualidades humanas, propias de su tierra y de su estirpe, cualidades que él asumió y perfeccionó. Nos agrada ver en el beato Ceferino toda la historia tantas veces dramática de su pueblo. Él resume en su persona los sufrimientos, aspiraciones y anhelos de los mapuches a los que durante los años de su infancia les fue anunciado el Evangelio, y abriéndose ellos al don de la fe. Alabar hoy al Señor por el beato Ceferino significa recordar y apreciar en lo más hondo las antiguas tradiciones del pueblo mapuche, audaz e indómito, al mismo tiempo que nos ayuda a descubrir la fecundidad del Evangelio, que nunca destruye los valores auténticos que hay en una cultura, sino que los asume, purifica y perfecciona. La misma vida del nuevo beato es como una "parábola" de esta profunda verdad. Ceferino jamás olvidó que era mapuche. En efecto, su ideal supremo era ser útil a su gente. Ahora bien, su encuentro con las enseñanzas del Evangelio hizo posible que realizara su aspiración fundamental desde una nueva perspectiva: deseó ardientemente llegar a ser salesiano y sacerdote, "para mostrar" a sus hermanos mapuches "el camino hacia el cielo". Como modelo de vida eligió a santo Domingo Savio. Este alumno predilecto de don Bosco fue proclamado santo por Pío XII en 1954 y, con ello, se canonizaba en cierto modo la "receta simple" de la santidad, que "el padre y maestro de los jóvenes" entregó un día a Domingo. Una receta que más o menos dice así: "Que estés siempre alegre; cumple bien tus deberes de estudio y de piedad; ayuda a tus compañeros". La alegría ante todo. "Sonríe con los ojos", decían de Ceferino sus compañeros. Era el alma de los recreos, en los que participaba con creatividad y entusiasmo, a veces incluso con ímpetu. Era prestidigitador, lo que le mereció el título de "mago". Organizaba diversas competiciones y enseñaba a sus compañeros la mejor forma de preparar los arcos y las flechas, para adiestrarlos posteriormente en el tiro al blanco. Don Bosco recomendaba también a Domingo Savio sus deberes de estudio y de piedad. Ya en Italia, en el colegio salesiano de Villa Sora, en Frascati, Ceferino logró en pocos meses ser el segundo de la clase, a pesar de que tuviera alguna dificultad con la lengua italiana. En su expediente académico destaca su óptimo resultado en latín: este era un requisito importante para llegar a ser sacerdote. La piedad de Ceferino era la típica de los ambientes salesianos, anclada firmemente en los sacramentos, particularmente en la Eucaristía, considerada como "la columna" del sistema pedagógico de don Bosco. Por esto Ceferino desempeñaba con gusto el cargo de sacristán. Durante los meses en que estuvo en Turín se le veía pasar largas horas en el santuario de María Auxiliadora, en íntimo diálogo con Jesús. En fin, don Bosco recomendaba a Domingo que ayudara a sus compañeros. A este respecto, es impresionante el testimonio de un salesiano, don Iorio. Tres días antes de que muriera Ceferino, don Iorio fue a visitarlo al hospital de los Hermanos de San Juan de Dios, de la isla Tiberina en Roma. Nuestro beato, al que le quedaba poco tiempo de vida, le dijo: "Padre, yo me marcharé dentro de poco, sin embargo le encomiendo a este pobre joven que tiene su cama junto a la mía. Venga con frecuencia a visitarlo... ¡Sufre tanto! De noche casi no duerme, tiene mucha tos...". Ceferino decía esto a pesar de que él mismo se encontraba en una situación mucho peor, ya que, de hecho, no podía dormir nada. Todos los que entran en la basílica de San Pedro en el Vaticano pueden ver en la parte alta, en la última hornacina de la derecha de la nave central, una gran estatua de san Juan Bosco que señala el altar y la tumba de san Pedro. Junto a él están dos jóvenes, uno tiene facciones europeas y el otro los rasgos típicos de los latinoamericanos. Es evidente la referencia a estos dos jóvenes santos: Domingo Savio y Ceferino Namuncurá. Es la única representación de jóvenes que se encuentra en dicha basílica. Queda así esculpido en mármol, en el centro de la cristiandad, el ejemplo de la santidad juvenil y, al mismo tiempo, queda reflejada la perenne validez de las intuiciones pedagógicas de don Bosco: en un siglo y medio, tanto en la Patagonia como en Italia, y en tantas otras partes del mundo, el sistema educativo de don Bosco ha dado frutos insospechados y ha forjado héroes y santos.

¡Beato Ceferino, nos encomendamos ahora a tu poderosa intercesión: ayúdanos en nuestro camino, para que podamos avanzar también por las sendas de la santidad, fieles a las enseñanzas de don Bosco. Tú has alcanzado la cumbre de la perfección evangélica cumpliendo bien los deberes cotidianos. Tú nos recuerdas así que la santidad no es algo excepcional, reservada a un grupo de privilegiados: la santidad es la vocación común de todos los bautizados y la meta laboriosa de la vida cristiana ordinaria. Ayúdanos a comprender que, por encima de todo, una sola cosa es importante: ser santos, como él, el Señor, es santo. Beato Ceferino, guíanos con tu mirada sonriente y muéstranos el camino del cielo. Acompáñanos a todos al encuentro de tu amigo Jesús. Amén.

martes, 28 de abril de 2009

LA SANTIDAD QUE DON BOSCO QUERÍA PARA SUS JÓVENES



Domingo tiene doce años. Lleva unos seis meses en el oratorio. En su alma hay un cambio y se le advierte triste y pensativo. Todos sus compañeros notan que en Domingo pasa algo. Don Bosco lo encuentra y le dice: -¿Qué tal Domingo? ¿Cómo estás? Te noto un poco triste... ¿sufres algún mal? -Al contrario, -responde Domingo- creo que sufro un bien. Ese sermón suyo me ha dejado preocupado. Efectivamente, Don Bosco había desarrollado tres pensamientos en el sermón de un domingo de Cuaresma: Dios quiere que todos nos hagamos santos. Es cosa relativamente fácil llegar a serlo. Hay un gran premio en el cielo para el que se haga santo. Domingo, como se ve, sale de esa plática sumamente impresionado. ¿Cómo llegar a ser santo si a él le prohiben hacer penitencia como la que habían hecho los grandes santos? Nada de cilicio, ni de piedrecitas en los zapatos, ni debajo de las sábanas. ¿Y entonces, qué? Su alma se turbó y se sintió perdido. El nunca llegaría a ser santo. Un joven flaco, débil, pálido, sin salud, no iba a tener fuerzas para hacer frente a una empresa tan grande como la santidad. No podía alejar de sus oídos la voz de Don Bosco, que repetía insistentemente: "Domingo, debes hacerte santo. Tienes que ser santo. Dios lo quiere". Y otra voz que le repetía igualmente: "Tú no podrás. No podrás". Por eso buscaba los rincones del oratorio, para dar rienda suelta a sus lágrimas. Fue entonces cuando lo encontró Don Bosco y llevándolo aparte le habló durante un largo rato. De aquel diálogo con Don Bosco, salió Domingo alegre y feliz. La paz había vuelto a su alma. Fue a rezar a la Iglesia de San Francisco de Sales y a postrarse ante la estatua de la Santísima Virgen. - Sí, madre mía, te lo repito: quiero hacerme santo. Tengo necesidad absoluta de hacerme santo. No me hubiera imaginado que con estar siempre alegre y contento, podría hacerme santo. Don Bosco le hizo ver a Domingo, en qué hacía él consistir la santidad, cuál era la santidad que él quería que cultivaran sus jóvenes. Nada de obras extraordinarias, sino exactitud y fidelidad en el cumplimiento de los propios deberes de piedad y estudio. Y estar siempre alegres. Si es hora de recreo, santidad es correr, saltar, reír y cantar. "Nosotros aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre muy alegres", repetiría Domingo, como había aprendido de su maestro. Domingo escribía en su cuaderno una frase que Don Bosco le había dado como recuerdo: "Servite Domino in laetitia" (Servid al Señor con alegría). "No necesitas ningún cilicio, le había dicho Don Bosco. Con soportar pacientemente y por amor a Dios, el calor, el frío, las enfermedades, las molestias, y a los compañeros y superiores, ya tienes bastante". Desde ese día el rostro de Domingo se iluminó con una nueva sonrisa. La alegría se posesionó para siempre de su corazón juvenil y todo el resto de su vida será una preparación para el aleluya pascual.

domingo, 26 de abril de 2009

PARA SER SANTOS

Para ser santos necesitamos humildad y oración. Jesús nos enseñó el modo de orar y también nos dijo que aprendiéramos de Él a ser mansos y humildes de corazón. Pero no llegaremos a ser nada de eso a menos que conozcamos lo que es el silencio. La humildad y la oración se desarrollan de un oído, de una mente, y de una lengua que han vivido en silencio con Dios, porque en el silencio del corazón en donde habla Él.
Impongámonos realmente el trabajo de aprender la lección de la santidad de Jesús, cuyo corazón era manso y humilde. La primera lección de ese corazón es un examen de conciencia; el resto, el amor y el servicio, lo siguen inmediatamente.
El examen no es un trabajo que hacemos solos, sino en compañía de Jesús. No debemos perder el tiempo dando inútiles miradas a nuestras miserias, sino emplearlo en elevar nuestros corazones a Dios para dejar que Su luz nos ilumine.
Si la persona es humilde nada la perturbará, ni la alabanza ni la ignominia, porque se conoce, sabe quien es. Si la acusan no se desalentará; si alguien la llama santa no se pondrá en un pedestal. Si eres santo dale gracias a Dios; si eres pecador, no sigas siéndolo. Cristo nos dice que aspiramos muy alto, no para ser como Abraham o David ni ninguno de los santos, sino para ser como nuestro Padre celestial.
No me elegisteis vosotros a Mí, fui Yo quien os eligió a vosotros ... - Juan 15:16
Madre Teresa de Calcuta

viernes, 24 de abril de 2009

ADORACION EUCARÍSTICA

Invocación al Espíritu Santo
para cuando comenzamos la adoración

Espíritu Santo que aleteabas por encima de las aguas primordiales
y pusiste orden en el caos.
Espíritu Santo que has hablado desde antiguo por boca de los profetas,
que te manifestaste en el susurro suave de una brisa en el Horeb
mostrando tu intimidad con Elías,
y en el fuerte viento de Pentecostés, mostrando tu fuerza y tu poder.
Tú que eres el Amor,
quien nos enseña toda la verdad.
Tú que obraste en el seno de la Virgen, que ya estaba plena de Ti en su corazón,
concibiendo en la carne al Hijo de Dios.
Tú que por las palabras del sacerdote traes al mismo Hijo en el altar:
Ven, ahora, con tu poder y en la íntima amistad.
Ven, llénanos de Ti, Santo Espíritu.
Sopla sobre nuestras vidas
y despeja toda tiniebla.
Llénanos con tu luz. ¡Ilumínanos!
Trae la santidad a nuestras vidas
y haz de nosotros esos adoradores que busca el Padre:
en espíritu y en verdad.
Ven, para que adorando demos testimonio de Jesucristo.
Ven, en el Nombre de Jesús, por la intercesión de María.
¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ven!

San Pedro Julián Eymard y sus consejos espirituales sobre la adoración:
“La adoración eucarística tiene como fin la persona divina de nuestro Señor Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento. Él está vivo, quiere que le hablemos, Él nos hablará. Y este coloquio que se establece entre el alma y el Señor es la verdadera meditación eucarística, es -precisamente- la adoración. Dichosa el alma que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía y en la Eucaristía todas las cosas...”.
“Que la confianza, la simplicidad y el amor los lleven a la adoración”.“Comiencen sus adoraciones con un acto de amor y abrirán sus almas deliciosamente a la acción divina. Es por el hecho de que comienzan por ustedes mismos que se detienen en el camino. Pues, si comienzan por otra virtud y no por el amor van por un falso camino… El amor es la única puerta del corazón”.
“Vean la hora de adoración que han escogido como una hora del paraíso: vayan como si fueran al cielo, al banquete divino, y esta hora será deseada, saludada con felicidad. Retengan dulcemente el deseo en su corazón. Digan: “Dentro de cuatro horas, dentro de dos horas, dentro de una hora iré a la audiencia de gracia y de amor de Nuestro Señor. Él me ha invitado, me espera, me desea”.
“Vayan a Nuestro Señor tal como son, vayan a Él con una meditación natural. Usen su propia piedad y amor antes de servirse de libros. Busquen la humildad del amor. Que un libro pío los acompañe para encauzarlos en el buen camino cuando el espíritu se vuelve pesado o cuando los sentidos se embotan, eso está bien; pero, recuerden, nuestro buen Maestro prefiere la pobreza de nuestros corazones a los más sublimes pensamientos y afecciones que pertenecen a otros”.
“El verdadero secreto del amor es olvidarse de sí mismo, como el Bautista, para exaltar y glorificar al Señor Jesús. El verdadero amor no mira lo que él da sino aquello que merece el Bienamado”.
“No querer llegarse a Nuestro Señor con la propia miseria o con la pobreza humillada es, muy a menudo, el fruto sutil del orgullo o de la impaciencia; y sin embargo, es esto que el Señor más prefiere, lo que Él ama, lo que Él bendice”.
“Como sus adoraciones son bastante imperfectas, únanlas a las adoraciones de la Santísima Virgen”.
“Se están con aridez, glorifiquen la gracia de Dios, sin la cual no pueden hacer nada; abran sus almas hacia el cielo como la flor abre su cáliz cuando se alza el sol para recibir el rocío benefactor. Y si ocurre que están en estado de tentación y de tristeza y todo los lleva a dejar la adoración bajo el pretexto de que ofenden a Dios, que lo deshonran más de lo que lo sirven, no escuchen esas tentaciones. En estos casos se trata de adorar con la adoración de combate, de fidelidad a Jesús contra ustedes mismos. No, de ninguna manera le disgustan. Ustedes alegran a Su Maestro que los contempla. Él espera nuestro homenaje de la perseverancia hasta el último minuto del tiempo que debemos consagrarle”.
“Oren en cuatro tiempos: Adoración, acción de gracias, reparación, súplicas”.
“El santo Sacrificio de la Misa es la más sublime de las oraciones. Jesucristo se ofrece a su Padre, lo adora, le da gracias, lo honra y le suplica a favor de su Iglesia, de los hombres, sus hermanos y de los pobres pecadores. Esta augusta oración Jesús la continúa por su estado de víctima en la Eucaristía. Unámonos entonces a la oración de Nuestro Señor; oremos como Él por los cuatro fines del sacrificio de la Misa: esta oración reasume toda la religión y encierra los actos de todas las virtudes...”:
“1. Adoración: Si comienzan por el amor terminarán por el amor. Ofrezcan su persona a Cristo, sus acciones, su vida. Adoren al Padre por medio del Corazón eucarístico de Jesús. Él es Dios y hombre, su Salvador, su hermano, todo junto. Adoren al Padre Celestial por su Hijo, objeto de todas sus complacencias, y su adoración tendrá el valor de la de Jesús: será la suya.
2. Acción de gracias: Es el acto de amor más dulce del alma, el más agradable a Dios; y el perfecto homenaje a su bondad infinita. La Eucaristía es, ella misma, el perfecto reconocimiento. Eucaristía quiere decir acción de gracias: Jesús da gracias al Padre por nosotros. Él es nuestro propio agradecimiento. Den gracias al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo...
3. Reparación: por todos los pecados cometidos contra su presencia eucarística. Cuánta tristeza es para Jesús la de permanecer ignorado, abandonado, menospreciado en los sagrarios. Son pocos los cristianos que creen en su presencia real, muchos son los que lo olvidan, y todo porque Él se hizo demasiado pequeño, demasiado humilde, para ofrecernos el testimonio de su amor. Pidan perdón, hagan descender la misericordia de Dios sobre el mundo por todos los crímenes...
4. Intercesión: súplicas: Oren para que venga su Reino, para que todos los hombres crean en su presencia eucarística. Oren por las intenciones del mundo, por sus propias intenciones. Y concluyan su adoración con actos de amor y de adoración. El Señor en su presencia eucarística oculta su gloria, divina y corporal, para no encandilarnos y enceguecernos. Él vela su majestad para que osen ir a Él y hablarle como lo hace un amigo con su amigo; mitiga también el ardor de su Corazón y su amor por ustedes, porque sino no podrían soportar la fuerza y la ternura. No los deja ver más que su bondad, que filtra y sustrae por medio de las santas especies, como los rayos del sol a través de una ligera nube. El amor del Corazón se concentra; se lo encierra para hacerlo más fuerte, como el óptico que trabaja su cristal para reunir en un solo punto todo el calor y toda la luz de los rayos solares. Nuestro Señor, entonces, se comprime en el más pequeño espacio de la hostia, y como se enciende un gran incendio aplicando el fuego brillante de una lente sobre el material inflamable, así la Eucaristía hace brotar sus llamas sobre aquellos que participan en ella y los inflama de un fuego divino... Jesús dijo: «He venido a traer fuego sobre la tierra y cómo quisiera que este fuego inflamase el universo». «Y bien, este fuego divino es la Eucaristía», dice san Juan Crisóstomo. Los incendiarios de este fuego eucarístico son todos aquellos que aman a Jesús, porque el amor verdadero quiere el reino y la gloria de su Bienamado”.

miércoles, 22 de abril de 2009

ME CUESTA LA HUMILDAD

¿Eres humilde?A mí me cuesta. Cada día lucho contra el YO que soy, pensando en el que deseo ser, un hermano para Jesús. Un hermano para todos. Dispuesto a dar la mano al necesitado, al que me pida un favor. Pero no siempre lo consigo.Desde el momento que salgo de la casa empieza la batalla. Conozco mi debilidad y sé que sólo puedo sostenerme con los sacramentos y la oración. Por eso voy a misa. Por eso salgo orando, ofreciendo al buen Dios el día que empieza, pidiéndole que me fortalezca y me haga como él quiere que sea.
Yo, barro en sus manos. Él, un alfarero experto.Veo cómo transcurre cada día y reconozco que vamos de paso, somos simples peregrinos por la vida. En estas circunstancias, ¿de qué me sirve el orgullo?Dios ama a los humildes, con un amor particular. Los llena de gracias. Es feliz con ellos. Sabe que lo aman y cumplen sus preceptos.
Por eso reconoces a un santo con tanta facilidad: ¿Es humilde? ¿Obediente? ¿Contemplativo? Entonces te encuentras ante un hombre o una mujer que luchan por su santidad personal, que viven para agradar a Dios. Santos en camino, hacia una gloriosa eternidad.
Sé también que a Dios le encanta que confíes en él. Cuando lo haces, en alguna medida, descubres un nuevo mundo a tu alrededor, un mundo maravilloso, en el que Dios interactúa como Padre de toda la humanidad.Mi modelo a seguir es mi mejor amigo: “Jesús”. Me encantan sus palabras y sus promesas:“Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y sus almas encontraran descanso”. (Mt 11,28-29)
Los santos se han esforzado siempre por seguir a Jesús y ser humildes como él.
San Agustín decía: “¿Quieres ser santo? Sé humilde.
¿Quieres ser más santo? Sé más humilde”.
Recuerdo haber leído que Fray Escoba (san Martín de Porres) caminaba una mañana por el mercado de Lima, con su canasto cargado de frutas y pan para los pobres. De pronto, desprevenido, golpeó a un señor. Éste, pomposamente vestido, se molestó y empezó a insultar a nuestro santo. Fray Escoba le escuchaba en silencio, con la mirada en el suelo. Cuando el hombre terminó de gritar, San Martín se disculpó: “Perdone mi torpeza”.El hombre aún enfurecido le gritó: “Eres una Bestia”, a lo que san Martín replicó:“Si su merced me conociera mejor, sabría que soy mucho peor que eso”.¿No te dan deseos de aplaudir a nuestro santo? ¿De imitarlo?
A veces me parece que Jesús nos mira con tanta ilusión. ¿Te ha pasado? Espera mucho de nosotros. Quiere que apuremos el paso, que seamos santos “como nuestro Padre del cielo”.¿Que no puedes ser humilde? Dímelo a mí, que nos parecemos.
Sin embargo, he descubierto que lo imposible, Jesús lo hace posible. Basta querer. Dar el primer paso, como el hijo pródigo. Lo he visto en muchas personas. Han cambiado tanto que te impresionas. Ahora se saben hijos amados por Dios. Lo viven a diario. Y son felices.A mí, esta certeza me da una gran serenidad. Aunque no lo vea, sé que el buen Dios me ve y sigue mis pasos; como yo sigo los pasos de mis hijos (que ya son cuatro) y estoy pendiente de ellos y sus necesidades.Con los años maduras y comprendes que Santa Teresa tenía razón: “Sólo Dios basta”.No necesitas más.Vale la pena vivir para él, esforzarnos por ser humildes, anhelar la santidad.
AUTOR: Claudio De Castro

lunes, 20 de abril de 2009

¿SE PUEDE PROGRAMAR LA SANTIDAD ENTRE LOS JÓVENES?

“¿Se puede programar la santidad?” La pregunta está entre comillas porque se encuentra, ni más ni menos, que en un texto del Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, nos explica en dos números (nn. 30-31) cómo entender que la santidad es el camino de la Iglesia, es la meta que debemos perseguir en este tercer milenio cristiano, es algo que incluso se podría “programar”.
En estos números el Papa recuerda lo que ha sido el jubileo del año 2000: una llamada a la conversión, a la purificación. ¿No es eso parte del camino de la santidad? ¿No nos habíamos esforzado por vivir el jubileo para entrar mejor preparados al nuevo milenio? Luego el Papa recuerda lo que enseña el Concilio Vaticano II: todos los bautizados estamos llamados a la santidad, sin distinciones, porque todos estamos unidos por el bautismo al Dios que es Santo (cf. Lumen gentium, capítulo V). Juan Pablo II nos pedía a todos, que incluyamos en la programación pastoral, el tema de la santidad. Y nace, espontánea, la pregunta: “¿Acaso se puede «programar» la santidad?”. El Papa explica en qué puede consistir esta “programación”. Primero recuerda que con el bautismo se ha producido en cada uno de nosotros un cambio radical: nos hemos unido a Cristo, nos hemos convertido en templos del Espíritu Santo. Pero este cambio real no toca automáticamente nuestro modo de pensar y de vivir. Nuestra psicología, nuestra personalidad, nuestros actos, dependen de nuestras opciones concretas, de nuestros pensamientos, de nuestra vida. Por eso cada uno debe poner a trabajar los talentos recibidos. En este sentido, sí hay mucho que “programar”. La pregunta “¿quieres recibir el bautismo?” se convierte, según el Papa, en esta otra: “¿quieres ser santo?”. Cada bautizado asume como programa personal el mismo programa que Cristo nos ha dejado en el Sermón de la montaña, en el cual la invitación resulta clara: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48). Eso, y no otra cosa, es la santidad. Así de claro y así de valiente. Algún joven pueden preguntarnos: ¿no es esto demasiado difícil? Ser perfectos como Dios... Casi parece que es más fácil hacer bajar la luna a la tierra... Leamos de nuevo el documento del Papa. La santidad no consiste en algo extraordinario, la conquista de un estilo de vida “practicable sólo por algunos «genios» de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno” (Novo millennio ineunte, n. 31). En otras palabras, el santo no es un señor o una señora, un chico o una chica, un cura o una religiosa, que están ahí, en lo alto de una estatua más o menos simpática en un rincón de un templo. El santo es un ser humano normal, con sus sueños y sus fracasos, con sus ideales y sus realizaciones, con su pecado y con mucha, mucha misericordia de Dios, una misericordia acogida, celebrada, vivida con alegría y gratitud.

Alguno ha dicho que Juan Pablo II ha hecho demasiadas canonizaciones y beatificaciones. Tendríamos que decir, más bien, que ha hecho pocas, si vemos esa multitud inmensa de hombres y mujeres de todos los lugares y tiempos, de todas las clases sociales, de todos los niveles académicos y profesionales, que han tomado en serio el Evangelio y un día se decidieron, de verdad, a buscar la perfección, la santidad, la vida de total amor. Hemos de convencernos y convencer a nuestros jóvenes (y también a aquellos adultos que han dejado la santidad como el último asunto de la propia programación personal) que hay muchos caminos para la santidad. O, mejor, y volvemos al texto del Papa, que el camino de la santidad para cada uno es sumamente personal. Por ello hemos de aprender esa “pedagogía de la santidad” que permite adaptar la marcha hacia la meta según los ritmos personales de cada uno, según lo que Dios le va pidiendo a gritos o con un susurro suave y respetuoso: también cuando grita, Dios respeta la libertad de cada uno. Sólo podremos escucharle si tenemos un corazón atento y generoso.

Me preguntaras: ¿pero hoy es posible ser santos? Si solo se contase con las fuerzas humanas, tal empresa seria sin duda imposible. De hecho, conocemos bien nuestros éxitos y nuestros fracasos; sabemos que cargas pesan sobre el hombre, cuántos peligros lo amenazan y que consecuencias tienen sus pecados. Tal vez se puede tener la tentación del abandono y llegar a penar que no es posible cambiar nada, ni el mundo, ni en sí mismos.

Aunque el camino es duro, todo lo podemos en Aquel que es nuestro Redentor: No nos dirijamos al otro, sino a Jesús. No busquemos en otro sitio lo que sólo Él puede darnos, porque “no hay bajo el cielo otro hombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12). Con Cristo la santidad –proyecto divino para cada bautizado- es posible. Contar con Él, creer en la fuerza invencible del Evangelio y poner la Fe como fundamento de nuestra esperanza. Jesús camina con nosotros, nos renueva el corazón y nos infunde valor con la fuerza de su Espíritu.

Jóvenes de todos los continentes, ¡no tengas miedo de ser los santos del nuevo milenio! Ser contemplativos y amantes de la oración, coherentes con nuestra fe y generosos en el servicio a los hermanos, miembros activos de la Iglesia y constructores de paz. Para realizar este comprometido proyecto de vida, permanecer a la escucha de la Palabra, sacar fuerzas de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía y de la Penitencia. El Señor nos quiere apóstoles intrépidos de su Evangelio y constructores de la nueva humanidad.

En nuestros días y en nuestras circunstancias, el aislamiento es "mortal" para el joven creyente. Muchos jóvenes son conscientes de la importancia de la comunión para que el seguimiento de Cristo sea factible. Dios ha querido que caminemos juntos y que tengamos necesidad unos de los otros, para llegar a descubrirle. Estamos conectados por Jesús en la Iglesia.

Una de las señales más claras de la madurez cristiana, es la conciencia de la necesidad de ser acompañados y acompañantes, al mismo tiempo. Todos nosotros tenemos algo de "oveja" y de "pastor". Es verdad que para aprender a ser "pastor experimentado", en buena lógica, primero hay que ser "oveja dócil". Pero también es cierto que hasta que el joven no viva la experiencia de acompañar a otros jóvenes y de ser apóstol de Cristo ante ellos, no llegará a valorar y a abrirse a la riqueza de comunión que se le ofrece en el seno de la Iglesia.

Nuestro querido Papa Benedicto XVI, también nos recuerda a Juan Pablo II, quien ha sabido entender los desafíos que se presentan a los jóvenes de hoy y, confirmando su confianza en ellos, no ha dudado en incitarlos a proclamar con valentía el Evangelio y ser constructores intrépidos de la civilización de la verdad, del amor y de la paz.

Todos, cada quien en su lugar, cada quien según un ritmo, estamos invitados a ser santos. “Sed perfectos...” Sí, es posible, porque la perfección empieza cuando el Amor toca una vida y cuando, con amor, respondemos a quien antes nos ha tendido una mano, nos ha perdonado y elevado a una nueva vida: somos hijos en el Hijo, somos cristianos en una Iglesia santa en la que vive y trabaja el Espíritu santificador...

jueves, 16 de abril de 2009

SER MISIONERO

Ser misionero es dejarlo todo y seguir a Cristo a donde Él nos envíe para salvarle almas. Y todos debemos ser misioneros. Jesús nos dice a todos: “Id por el mundo entero y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16,15). Y, si no podemos ir a tierras lejanas a predicar, sí podemos ser misioneros y llegar al mundo entero con nuestra oración y nuestros sufrimientos, ofrecidos generosamente por la salvación de los demás. El apostolado de la oración llega hasta los confines del mundo y los enfermos misioneros pueden salvar tantas almas o más que los misioneros de vida activa. Por eso, la Iglesia ha nombrado a Santa Teresita del Niño Jesús como patrona de las misiones, a pesar de que nunca salió de su convento y murió a los 24 años de tuberculosis. Pero su vida estuvo llena de amor y de oración por las misiones y los misioneros y, por eso, la Iglesia nos la presenta como ejemplo junto al apóstol San Francisco Javier, que llegó predicando hasta las puertas de China. De hecho, todos los santos, sin excepción, han sido misioneros, es decir, se han preocupado por la salvación de los demás, aunque hayan vivido en el desierto. Su vida, aunque solitaria, tenía una dimensión católica, es decir, universal. Y viviendo solos, vivían en unión y amor con la humanidad de todos los tiempos y oraban por ella. Ser católico de verdad es tener una dimensión universal en la vida. Ser católico es ofrecer tu vida por la salvación de los demás, empezando por tu propia familia, sin olvidarte de las almas del purgatorio. Por eso, te digo en nombre de Dios: “Abre tu vida a las dimensiones del mundo. No te encierres dentro de ti mismo y de tu familia. Abre los ojos y mira cuántos hermanos tuyos te necesitan para salvarse. Ora, sufre y trabaja por su salvación. Dios lo quiere. Dios quiere que seas misionero, aunque estés enfermo o en silla de ruedas. Porque ser cristiano es ser misionero”.Que seas un misionero santo.
P.Angel Peña

CONFIANZA TOTAL

La confianza total en Dios es condición indispensable para ser santos y crecer en el amor de Dios. Confiar en Él, sin condiciones, es la mayor alegría que podemos dar a nuestro Padre Dios. Por eso, le decía Jesús a una santa religiosa: “Si me amas, confía en Mí; si quieres amarme más, confía más en Mí; si quieres amarme inmensamente, confía inmensamente en Mí”.
La Madre Teresa de Calcuta decía; “Señor, acepto lo que me des y te entrego lo que quieras tomar de mí. Señor, soy tuya y, si me haces pedacitos, cada pedacito será para Ti”. Eso es confianza, confiar hasta el límite de decirle que ponga y quite de nosotros lo que quiera, sea salud o enfermedad, pobreza o riqueza, prestigio o cargos importantes... Ella decía que la verdadera santidad consiste en hacer siempre la voluntad de Dios con una sonrisa. ¿Por qué? Porque, si amas a Dios y crees en su amor, debes confiar hasta el punto de creer firmemente que su voluntad es lo mejor para ti y debes seguirla sin condiciones. Santo Tomás de Aquino decía que “La santidad es una firme resolución de abandonarse en Dios”. El jesuita Jean Pierre de Caussade (1673-1751) en su famoso libro Abandono en la Providencia divina, dice: “Toda la santidad puede reducirse a una cosa, la fidelidad a la misión de Dios. Esta fidelidad consiste en la amorosa aceptación de lo que Dios nos envía a cada instante. Pues, para el que confía en Dios, todo lo que sucede se convierte para él en gracia y providencia de Dios”. Esto significa que debemos estar dispuestos a aceptar en cada momento la voluntad de Dios, manifestada a través de las circunstancias de cada día, aunque sean adversas y desagradables.Pero, teniendo la seguridad de que Él lleva el timón de la barca de nuestra vida y que con Él estamos a salvo. Con Él no perdemos. Con Él todo es ganancia, apostamos a vencedor, pues sabemos que el camino que Dios quiere para nosotros es el mejor. Y Dios todo lo va a permitir para nuestro bien (Rom. 8,28), aun cuando no veamos el final del túnel.
Ser santo, pues, significa estar dispuestos en cualquier momento, a hacer la voluntad de Dios. Es estar siempre “listos”, estar dispuestos a lo impredecible de Dios, que nos puede llamar a cualquier hora y en cualquier lugar sin consulta previa. ¿Estás preparado? ¿Alguna vez le has dicho con sinceridad: “Me entrego a ti totalmente y para siempre”? Recuerda que Dios tiene buena memoria y lo toma en serio. ¿O tú ya te has olvidado? ¿O lo dijiste por decir, sin ningún compromiso? Job decía: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó, ¡Bendito sea el nombre de Dios!” (1,21). “Aunque Él me matara, seguiría confiando en Él” (13,15). Y Jesús le decía a su Padre: “Que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42).Hay que seguir confiando, aunque nos lleve por caminos de espinas, aunque todo parezca oscuro y sin solución, aunque parezca que todo el mundo se nos viene encima o que todos están contra nosotros. Pase lo que pase, sigamos confiando en Él.
Podemos decir con el salmista: “Aunque pase por un valle de tinieblas, no temeré mal alguno, porque Tú, Señor, estás conmigo” (Sal 23,4). Y escuchar a Jesús que nos dice en esos momentos difíciles: “No tengas miedo, solamente confía en Mí” (Mc 5,36).

“Señor, yo me entrego a Ti, me pongo en tus manos con una confianza sin límites, porque tú eres mi Dios. Haz de mí lo que tú quieras, puedes tomar o quitar lo que desees. Todo lo acepto como venido de tus manos, porque te amo y sé que todo lo que tú decidas es lo mejor para mí, porque creo en tu amor. Señor, yo te amo y yo confío en Ti, ahora y para siempre, sin condiciones ni limitaciones. Llévame donde tu quieras, escóndeme en tu divino Corazón y hazme santo. Amén”.
P:Angel Peña

TODO POR AMOR

Estamos diciendo que toda nuestra vida debe ser un acto de amor a Dios. Todo debemos hacerlo por Él y para Él. Desde que nos despertamos por la mañana, podemos decirle: "Buenos días, Señor". Y lo mismo al acostarnos. Y así podemos ofrecerle cada cosa importante que hacemos durante el día, sea estudiar, cocinar, caminar, trabajar, comer... Lo dice San Pablo: "Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios" (1 Co 10,31). ¡Es tan fácil decir a cada momento: "Por Ti, Señor, por tu amor"!Dios no necesita tus obras, sólo quiere tu amor. Por eso, ofrécele cada día, al despertar, el nuevo amanecer; ofrécele la noche, al ir a descansar. Que todo, aunque sea pequeño, sea hecho con amor. No pienses que tu vida es inútil, porque tú no puedes hacer grandes cosas. No creas que Dios no te quiere, porque no eres una persona importante. Procura hacer las cosas más ordinarias de la manera más extraordinaria, es decir, amando extraordinariamente; entonces, verás la diferencia y tus caminos estarán llenos de flores de amor, que los ángeles ofrecerán con alegría a tu padre Dios.
Hazlo pues, todo con amor y por amor, para darle un valor sobrenatural. Un santo decía que las obras sin intención sobrenatural son como un cuerpo sin alma y, por eso, hay mucha gente, que hace muchas cosas buenas cada día, pero no le sirven para su crecimiento espiritual, pues las hacen por obligación o porque no hay más remedio, pero no las hacen por amor a Dios y a los demás.
Veamos ahora la diferencia de las obras que hacemos según su intención: Un periodista, se fue un día a visitar unas canteras de piedra, de donde sacaban sillares para construir una catedral. Y le preguntó a un obrero:- ¿Qué hace Ud.?- Estoy sudando la gota gorda, aburrido y cansado, esperando que llegue la hora para irme a mi casa a descansar.Otro respondió: Estoy ganándome el pan para mi familia.Pero el tercero respondió: Estoy construyendo una catedral. Como vemos, uno trabajaba sin ganas, lo menos posible, por obligación. Otro lo hacía por ganar un sueldo y alimentar a su familia. Pero el tercero, tenía un ideal superior; porque, además de ganar el pan para su familia, trabajaba por amor a Dios, porque estaba colaborando en la construcción de una catedral para gloria de Dios.
Otro ejemplo. Un periodista va a un restaurante y pregunta a un comensal:- ¿Qué está haciendo?- Estoy comiendo, porque me gusta comer bien.Otro responde: Estoy comiendo, porque tengo hambre y quiero seguir viviendo.Pero otro le dice: Estoy comiendo para vivir y por amor a Dios, a quien le agradezco y le ofrezco cada día mi comida. ¿Alguna vez te acuerdas de rezar antes de las comidas y ofrecerle lo que te da y de darle gracias?
Otro ejemplo. Una niña ve un día a unos turistas, que están admirando la catedral de la ciudad y se deshacen en elogios ante la belleza tan majestuosa de aquella moderna catedral. Y la niñita les dice:- Yo he construido esta catedral.- ¿Tú? ¿Cómo?- Porque, cuando la estaban construyendo, yo le traía todos los días la comida a mi papá.Quizás otros niños también le llevaban la comida a sus papás y lo hacían por obligación, a regañadientes, y de mala gana. Otros quizás lo hacían por amor a su papá, simplemente. Pero esta niña lo hacía, no sólo porque amaba a su papá, sino también, porque amaba a Dios y se sentía colaboradora en la construcción de aquella catedral, que sería para gloria de Dios.De la misma manera, podríamos preguntarle a cada ser humano: Tú ¿por qué vives? ¿Por qué comes? ¿Por qué duermes? ¿Por qué trabajas o estudias? ¿Solamente, porque te gusta? ¿Por obligación? ¿O por amor a Dios y para gloria de Dios? Asimismo se podría preguntar a algunos religiosos: Tú ¿Por qué oras o vas a misa? ¿Por obligación? ¿O porque te gusta? ¿O por amor a Dios?
Ofrezcamos a nuestro Padre Dios todo lo que hacemos y todo lo que somos y tenemos, y digámosle muchas veces para hacer de nuestra vida una continua oración o un acto continuo de amor, lo que Jesús le pedía a la Venerable Consolata Betrone: "Jesús, María, os amo, salvad almas" o simplemente: "Jesús, yo te amo, yo confío en Ti". Vive el presente con amor y dile a Jesús con cada respiración y cada latido de tu corazón: "Jesús, yo te amo".
P.Angel Peña

NECESIDAD DE LA ORACIÓN

Cuando yo era un joven sacerdote, durante dos años estuve en crisis y no rezaba el rosario ni el Oficio divino ni hacía oración. Creía que era perder el tiempo, porque no sentía nada y tenía mucho que hacer en la parroquia. Pero, cuando ya empecé a sentir deseos de dejar el sacerdocio, porque creía que podía hacer mucho más por los demás, viviendo mi propia vida en el mundo... Entonces, antes de dar el paso definitivo, tuve una brillante idea, creo que inspirada por mi ángel, de pedir oraciones a cuatro conventos de clausura. Y me olvidé... Pero Dios no olvida, toma en serio nuestra oración; y, sin darme cuenta, poco a poco, fui recuperando la fe y el deseo de orar, asistiendo a grupos carismáticos.Ahora, con la perspectiva de los años, me doy cuenta de que la gran lección que aprendí es que nunca debo dejar la oración, porque me pierdo.
Cualquier santo, por más santo que sea, si quiere dejar de serlo en el más breve tiempo posible, no tiene más que dejar la oración. En cambio, un pecador que quiera ser santo, lo primero por donde debe empezar es por la oración sincera de todos los días.En este momento, me vienen a la mente tantos miles de sacerdotes y religiosas que, a lo largo de los años, han abandonado su vocación. Quisiera poder preguntarles a a cada uno: “¿Dónde dejaron su oración?” Porque se puede ser cumplidor “material” de los tiempos de oración, asistiendo a la capilla, a disgusto, sin poner de nuestra parte, leyendo libros que no le llegan al alma o preparando homilías, charlas etc., pero eso no es oración. La oración es amor y, si no hay comunicación personal con Dios, aunque hayamos estado “en oración”, hemos estado “sin oración” y sin amor, con el alma vacía. Eso es lo mismo que ir al comedor y no comer. Si no comemos, si no oramos, porque no tenemos tiempo o por lo que sea, ¿qué podemos esperar?
Busca a Dios en el silencio. Dios es amigo del silencio.Nunca dejes la oración. Se cuenta que el diablo en una oportunidad no podía entrar en un convento, porque todos sus frailes eran observantes y no aceptaban sus insinuaciones para pecar, y lo expulsaban y le cerraban las puertas. Pero un día cambió de táctica y, en vez de insinuarles que hicieran cosas malas, les fue inspirando hacer muchas cosas buenas, como trabajar en la huerta, predicar, dar charlas y retiros, tener reuniones y misas por todas partes, etc., de modo que no tenían tiempo para orar y, cuando iban a la oración, estaban tan cansados, que se dormían. Y, de esta manera, se fue apagando poco a poco el fervor de aquel convento y así pudo entrar y crear divisiones y desanimarlos en su vocación.Trabajar y trabajar por el Señor sin oración, es la herejía de la acción. Muchos sacerdotes y religiosas han abandonado su vocación, porque decían: “Todo lo que hago es oración, todo el día estoy hablando de Dios, todo lo que hago es para Dios”. Pero una cosa muy distinta es hablar de Dios y otra es hablar con Dios. De la misma manera, un casado que trabajara doce horas diarias, incluidos los domingos, y no tuviera tiempo para hablar con su esposa, estaría perdiendo a su esposa. No basta trabajar para la esposa, hay que hablar con ella y demostrarle amor.
No tener tiempo para orar, es no tener tiempo para amar; y sin amor y sin oración, la vida está vacía. Hasta los casados necesitan tener tiempo para orar, pues de otro modo, sus corazones se sentirán vacíos, al faltarles el amor de Dios, y entonces... todo puede suceder.
Una cosa, que siempre me ha llamado la atención, es que todos los santos sin excepción han sido muy devotos de María. Así que, si quieres ser santo, tampoco desprecies la ayuda que Dios te quiere dar por medio de María. Invócala como a una Madre cariñosa, conságrate a Ella, ofrécele cada día el santo rosario, y así sentirás palpablemente su protección y su amor de Madre. Yo siempre le tuve mucha devoción, ¿no pudo ser Ella quien salvó mi sacerdocio? Yo así lo creo. Te recomiendo consagrarte a María y por María conságrate a Jesús, para hacer de Jesús el centro de tu vida. Jesús te espera siempre como un amigo en la Eucaristía. Ten con Él los mismos sentimientos y actitudes que tendrías con una persona, a quien amas mucho. ¿Cuántos besos le has dado a Jesús en esta semana o en este día en alguna imagen? ¿Has comulgado? ¿Le ofreces todas tus cosas como flores de amor?Dile que lo amas con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser. Entrégate a Él en cuerpo y alma. Ríndete a sus pies, porque Él es tu Dios. Y dile ahora:
"Jesús de mi vida y de mi corazón, en este momento de mi vida, quiero darte mi corazón entero. Mi corazón es para Ti y solamente para Ti. Por medio de María me consagro a Ti y quiero que Tú seas el Señor y el Rey de mi vida. Te amo, Jesús, y quiero amarte sin cesar todos los días de mi vida. Todo mi amor para Ti. Amén”.
P.Angel Peña

LA SANTIDAD ES AMOR

Piensa en amar y en hacerlo todo con amor y por amor, es decir, en convertir todas tus obras en amor. Trabaja con amor y ofrécelo todo con amor.La santidad es amor. Por eso, si vas a una casa o a una Comunidad religiosa y quieres saber quién es el más santo, observa quién es el que más ama. No es el que mejor habla de Dios o de las cosas espirituales. No es el que trabaja más por el Señor ni desempeña los cargos más importantes. Ni siquiera el que más horas está retirado de los otros en supuesta oración. Observa al que hace las cosas que más cuestan, al que está más pronto para hacer cualquier sacrificio para servir a los demás, al que hace las cosas que los otros no quieren, al que está más con los enfermos o aguanta mejor a los de carácter violento.
Si en estos casos, no lo ves murmurar y lo ves alegre y contento. Si hace el bien calladamente y sufre en paz y con paciencia, tratando siempre de sonreír y hacer felices a los demás. Si sufre con amor sus propios sufrimientos o debilidades... ahí está el santo.
Santo es el que ama a Dios y se abandona a sus planes y le puede decir en cada momento: “Señor, soy tuyo, aquí estoy para hacer tu voluntad”.Hacer la voluntad de Dios en cada instante, sonreír y hacer felices a los demás, son algunas de las pistas que te llevarán a reconocer al que es verdaderamente santo, porque la santidad se mide por el amor. Cuanto más amas de verdad, más santo serás. Así que no olvides que el amor es santidad y la santidad es amor. Ahora bien, para amar hay que orar y comunicarse con la fuente del amor, que es Dios.
P.Angel Peña

SER SANTO SEGÚN TU VOCACIÓN

Toda vocación, incluida la del matrimonio, es un compromiso de fidelidad, lo cual implica un riesgo, pero vale la pena arriesgarse como se arriesga el sembrador al echar la semilla o quien se va de viaje o quien comienza una empresa. El que no quiere correr riesgos y no se arriesga, nunca hará nada que valga la pena. Por eso, cada vez hay más hombres que no quieren casarse, y prefieren divertirse como solteros o, a lo sumo, convivir para poder después romper fácilmente el compromiso matrimonial. Pareciera que hoy la mayor parte de la gente no quiere compromisos definitivos. Pero la vocación es una elección libre, responsable y definitiva, para toda la vida. Compromete toda la vida hasta sus últimas consecuencias. Es una entrega total. Por eso, hay que cultivar todos los días la fidelidad a la propia vocación, siendo fiel en los más pequeños detalles. Hay que evitar los permisivismos, que ofuscan la mente y el corazón, pues nos hacen huir del sacrificio y del esfuerzo, buscando el mínimo esfuerzo y haciendo siempre lo mínimo indispensable.
La auténtica vocación muere en un ambiente de mediocridad. Los medios términos y las medias tintas la dejan fuera de combate.
La santidad no se improvisa, no se consigue de un día para otro. La santidad es un camino de subida hacia la altura y supone esfuerzo y trabajo personal. Es sólo para esforzados que tienen fuerza de voluntad y saben perseverar sin volver atrás. Quizás necesites toda la vida para prepararte y madurar lo suficiente, o quizás Dios te regale la santidad en el último momento como un don, en consideración a tantos años de oración, pidiéndole esta gracia. Dios tiene caminos distintos para cada uno.
Lo importante es no desanimarte nunca en este camino, que, a veces, está lleno de piedras y espinas. Tu camino es único y distinto al de todos los otros santos. Dios tiene para ti un plan único. Tú no eres una fotocopia de otros santos, sino una flor única en el jardín de Dios. Por eso, no dejes nunca tu oración personal por muy cansado que estés y, dado que la santidad es una conquista personal y un regalo de Dios, debes pedirla todos los días. Dile todos los días: “Señor, hazme santo”. Y pide a todos los que puedas que te ayuden con sus oraciones por “una intención especial”. Así podrás obtener muchas bendiciones, porque otros muchos te encomiendan en sus oraciones.
Sin embargo, no necesitas entrar a un convento o hacer grandes penitencias o grandes obras para ser santo. Basta que cumplas fielmente tus obligaciones de cada día con amor.Éste fue precisamente el gran mensaje que dejó al mundo el fundador del Opus Dei, el santo Josemaría Escribá de Balaguer. Él decía: “La santidad grande que Dios nos reclama se encierra aquí y ahora en las pequeñas cosas de cada jornada” (Amigos de Dios 312). “La santificación del trabajo ordinario constituye como el quicio de la verdadera espiritualidad para los que, inmersos en las rea1idades tempora1es, estamos decididos a tratar a Dios" (ib. 61). “Dios nos espera cada día en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo. Sabedlo bien, hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes que toca a cada uno de vosotros descubrir"(Conversaciones 114).“Hay que santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, santificar a los demás con el trabajo” (ib. 55). Por eso, “vive tu vida ordinaria, trabaja donde estás, procurando cumplir los deberes de estado. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ése será tu apostolado” (Amigos de Dios 273).Pregúntate a cada instante como aquella abuelita: “Esto que voy a hacer ¿le gustará a Jesús? ¿Qué haría Jesús en mi lugar?” Si te hicieras estas preguntas frecuentemente, podrías ver las cosas de distinta manera y no desde un punto de vista demasiado humano y egoísta.
El Papa Juan Pablo II, en la carta apostólica “Novo Millennio ineunte”, dice: “El ideal de perfección no ha de ser malentendido como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos, y entre ellos a muchos laicos, que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Ahora es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este “alto grado” de la vida cristiana ordinaria”.Así que ya lo sabes, tú también puedes ser santo, tienes madera de santo y estás ya inscrito en la lista de los futuros santos. ¿Te vas a retirar de la carrera por cobardía o por comodidad? ¿Qué te dirá tu Padre Dios, que desea siempre lo mejor para ti? Él cuenta contigo, no lo olvides.

REYES: San Luis Rey de Francia y San Fernando, rey de Castilla. Santa Isabel de Hungría o Santa Isabel de Portugal.
SOLDADOS: San Sebastián, el capitán romano que murió mártir, atravesado por varias flechas. Y tantos otros mártires de las legiones romanas en los primeros siglos de cristianismo.
PROFESORES: San Juan Bosco, Marcelino Champagnat y tantos santos y santas dedicados a la educación de la niñez y de la juventud.
POLÍTICOS: Santo Tomas Moro, nombrado el 3-10-2000, por el Papa Juan Pablo II como el patrono de los políticos. Él ocupó el cargo de canciller de Inglaterra y, por oponerse a la anulación del matrimonio del Rey Enrique VIII, fue decapitado en 1535.
MADRES DE FAMILIA: Santa Mónica, la madre de San Agustín. Santa Francisca Romana, que tuvo 3 hijos y ayudaba admirablemente a todos los necesitados. Santa Catalina de Génova, la santa del purgatorio, que consiguió convertir a su esposo con su vida sacrificada y santa; al igual que la Beata Ana María Taigi y miles y miles de madres santas, reconocidas por la Iglesia.
NIÑOS: San Pelayo y San Tarsicio, que fueron cruelmente asesinados por amor a Jesús. Y los beatos Jacinta y Francisco, videntes de Fátima.
SABIOS: San Jerónimo, San Agustín, Santo Tomás de Aquino y tantos otros doctores de la Iglesia.
ESCLAVOS: Santa Baquita, la joven africana, cinco veces vendida y cinco veces comprada como esclava. Se hizo religiosa y llegó a ser un ejemplo de santidad en el convento.INDÍGENAS: San Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe, y Katerina Tekakwitha (1659-1682), apache de USA, beatificada el 22 de junio de 1980.
MÉDICOS: San Cosme y San Damián, que por su caridad desinteresada, al final, terminaron siendo mártires de nuestra fe.
ZAPATEROS: San Crispín y San Crispiniano, dos mártires del siglo III
EMPLEADAS DE HOGAR: Santa Zita, que desde los 12 años sirvió como empleada en una familia distinguida hasta su muerte, o Angela Salawa, beatificada por el Papa Juan Pablo II el 13 de agosto de 1991.
PAPAS: Los beatos Pío IX y Juan XXIII, de feliz memoria, y otros muchos como San Pedro, San Lino, San Cleto... De los 264 Papas, que ha habido hasta ahora, la tercera parte han sido santos. Ninguna profesión tiene un récord tan alto. Y no olvidemos a los cientos de sacerdotes y religiosas, que sería demasiado largo enumerar.
ESPOSOS: San Isidro labrador y su esposa; Luigi y María Beltrame Quattochi (siglo XX) que, según dijo el Papa Juan Pablo II, vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario y fueron beatificados el 21 de octubre del 2001. Tuvieron cuatro hijos, dos de ellos sacerdotes.Incluso, hay familias enteras de santos como la familia de San Basilio y su esposa Emelia con todos sus hijos: Pedro de Sebaste, Gregorio Niseno, Macrina y el grande San Basilio Magno. (siglo IV)Y también la familia del venerable Tescelín, su esposa la beata Alicia y sus hijos los beatos Guy, Gerardo, Humbelina, Andrés Bartolomé, Nivardo y el gran San Bernardo de Claraval. (siglo XII)
Todos han sido santos por el amor.
P.Angel Peña

DESEO DE SANTIDAD

El primer paso para ser santo es querer ser santo. Si no quieres serlo, porque crees que es imposible para ti o simplemente no quieres, porque crees que hay que sufrir demasiado y prefieres tu vida tranquila y sin complicaciones... Entonces, estás perdido y nunca llegarás a la santidad. Santa Teresa de Jesús nos habla de que hay que tener una "determinada determinación", una decisión seria de querer ser santos. Evidentemente, las personas que tienen una voluntad muy débil y que se quedan en bonitos deseos, pero no ponen de su parte y no se esfuerzan, nunca podrán llegar a ser santos, mientras no adquieran esa fuerza de voluntad que es necesaria para hacer grandes cosas.
Recuerdo que un día estaba paseando con otro sacerdote y se nos acercó un buen hombre que le dijo a mi compañero: “Padre, Ud. es un santo”. Y él le dijo: “No soy santo, pero quiero ser santo". Una buena respuesta, reconocer que somos pecadores y nos falta mucho, pero decir claramente y sin vergüenza: “Quiero ser santo”. Personalmente, cuando me dicen algo así, les digo: “Solamente soy un aspirante a la santidad”, ¿y tú?Si quieres ser santo de verdad, debes comenzar por ser un buen cristiano. Eso significa que nunca debes mentir, ni robar, ni decir malas palabras ni ser irresponsable. Eso supone una decisión firme de evitar todo lo que ofenda a Dios y a los demás y querer ser siempre sincero, honesto, honrado, responsable...Una vez que estás bien encaminado y deseas amar a Dios sobre todas las cosas, no debes angustiarte por no ver avances importantes, pues la santidad es un regalo de Dios que debes pedir también humildemente todos los días. ¿Lo pides de verdad y con sinceridad? Pero no pidas un determinado tipo de santidad, sea con dones místicos o sin ellos, con buena salud para trabajar o con enfermedad, con puestos importantes o sin ellos. Déjale a Dios que escoja el tipo de santidad que quiere para ti. Él te conoce y te ama, déjate llevar sin condiciones, e invoca a tu santo patrono. ¡Qué importante es tener un nombre cristiano y tener un santo protector a quien invocar con devoción!
P.Angel Peña

miércoles, 15 de abril de 2009

DIOS TE QUIERE SANTO

Dios, tu Padre, que te ha creado, quiere lo mejor para ti Y, por eso, quiere que seas santo. La voluntad de Dios es tu santificación (1 Tes 4,3). Dios te eligió desde antes de la formación del mundo para que seas santo e inmaculado ante Él por el amor (Ef 1,4). Por eso, en la Biblia, que es una carta de amor de Dios, se insiste mucho: “Sed santos, porque yo vuestro Dios soy santo” (Lev 19,2; 20,26). Y Jesús nos dice: “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo” (Mt 5,48). Así que tú y yo, y todos "los santificados en Cristo Jesús, estamos llamados a ser santos" (l Co 1,2).El mismo Catecismo de la Iglesia Cató1ica nos habla en este sentido: "Todos los fieles son llamados a la plenitud de la vida cristiana" (Cat 2028). "Todos los cristianos, de cualquier estado o condición están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad" (Cat 825).En el concilio Vaticano II, en la Constitución "Lumen gentium", todo el capítulo V está dedicado a la vocación universal a la santidad. Y dice en concreto: “Quedan invitados, y aun obligados, todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado” (Lumen gentium n° 42).Así que está claro que puedes ser santo. Dios lo quiere ¿y tú? No digas que no tienes las cualidades necesarias. No digas que Dios no te ha llamado. No has venido al mundo por casualidad. No eres un cualquiera para Dios, no eres uno más entre los millones de hombres que han existido, existen o existirán. Él te ama con un amor personal. Él te conoce por tu nombre y apellidos. Él quiere siempre lo mejor para ti y sigue soñando maravillas en tu vida. ¿Lo vas a defraudar en sus planes divinos? ¿Crees que no vales nada? ¿Crees que todos los demás valen más que tú? Tú tienes que cumplir tu misión y ser santo, cumpliendo tu misión con las cualidades que Dios te ha dado. No envidies a nadie. No sueñes con otras misiones, no te sientas triste por no tener lo que tú quisieras “humanamente hablando”. Dios te ama así como eres. No te compares con los demás para devaluarte o para creerte superior. Levántate de tus cenizas y de tus pecados. Levanta la cabeza y mira hacia el cielo. Allí te espera tu Padre Dios y cuenta contigo para salvar al mundo.Sé humilde y servicial con todos. Sé amable, procura hacer felices a cuantos te rodean. Sé instrumento del amor de Dios para los demás. Que el amor sea la norma suprema de tu vida y que, por amor, des tu vida entera a1 servicio de los demás. Y tu Padre Dios se sentirá orgulloso de ti y te sonreirá en tu corazón y sentirás su paz y felicidad dentro de ti. No temas. Jesús te espera en la Eucaristía para ayudarte y nunca te abandonará. María es tu Madre y vela por ti. Los santos son tus hermanos. Y un ángel bueno te acompaña.

HACIA LA SANTIDAD

Los santos son los frutos más hermosos de la humanidad, son la riqueza de la Iglesia

Los santos son los frutos más hermosos de la humanidad, son la riqueza de la Iglesia. Son los que más han contribuido a la felicidad de la humanidad, porque la verdadera felicidad sólo se encuentra en Dios, y ellos han contribuido con su vida y su ejemplo a hacer un mundo mejor, más humano y más feliz.Los santos son nuestros hermanos, no son seres de otras galaxias. Nacen y viven y mueren como nosotros, pero con la diferencia de que ellos viven inmersos en Dios. Por eso, su vida es una obra maestra de la gracia divina. Ellos son los hombres de Dios por excelencia, los amigos de Dios, sus hijos predilectos.Pues bien, Dios quiere que seamos santos, porque quiere que seamos felices, y las personas más felices son, precisamente, los santos. Y tú ¿quieres ser feliz? ¿Y no quieres ser santo? ¿No te parece una contradicción? ¿O quieres ser feliz solamente con placeres y comodidades de este mundo, que pasa como nube mañanera? ¿No quieres ser feliz para siempre?Recuerda que los santos son los que más aman. La santidad es amor. ¿Estás dispuesto a amar a Dios y a los demás sin condiciones, con una entrega total?
P.Angel Peña