martes, 30 de junio de 2009

¿ALEJAMOS O ACERCAMOS A CRISTO?

ME PARECIÓ MUY INTERESANTE ESTE ARTÍCULO:

Sabemos que Cristo es el centro de los corazones, la plena realización del hombre, el Salvador del mundo, el Amigo que anhelamos desde lo más profundo de nuestro ser. Sabemos, además, que millones de seres humanos buscan, de modo casi errático, otras aguas, otros “salvadores”, otras esperanzas. Pero no encuentran la verdad, no consiguen la paz, porque están lejos de Cristo. Cristo va detrás de la oveja perdida, sigue las huellas de cada uno de sus hijos. Pero hay hijos que prefieren seguir en el mundo de la mentira en vez de caminar hacia la Verdad del Amor de Dios. Tenemos claro todo lo anterior. Pero muchas veces, los católicos no somos capaces de ayudar a la gente a encontrarse con Cristo. Incluso a veces alejamos a la gente, les impedimos llegar a Cristo. ¿Por qué? ¿Qué nos ocurre? ¿Dónde está el fallo? La respuesta no es fácil. A veces no podemos acercar a alguien a Cristo porque, simplemente, nosotros estamos muy lejos del Señor. Nos decimos católicos por la cultura, por la tradición, “de nombre”. Creemos que basta con ir a misa los domingos (no todos, por desgracia), con la confesión una vez al año y lo más rápido posible, con llevar a los hijos al bautizo y a los difuntos a un funeral católico. Pero hacemos eso sin el corazón, sin la fuerza de quien de verdad sabe que Cristo perdona, salva, nos ama y nos conoce profundamente. ¿Es que puede convencer de Cristo uno que tiene al Señor como un objeto de adorno en alguna pared de su casa mientras luego no es capaz de iluminar su vida con las bellezas que nos ofrece el Evangelio? Otras veces no acercamos a Cristo porque proponemos un Cristo falso. Tenemos miedo de hablar de Jesús, creemos que la gente no está preparada para comprender que Él es el Hijo de Dios. Entonces, algunos organizan cursos de autoestima vacíos de la verdadera caridad cristiana, conferencias sobre programación neurolingüística, explicaciones del reiki y de todo tipo de doctrinas confusas y con elementos claramente anticristianos, como si así se ayudase a las personas a acercarse a Cristo, cuando lo único que se logra es crear confusión y, muchas veces, alejar del Maestro. Ofrecer pseudociencias y pseudoprácticas psicológicas no sólo no prepara al Evangelio, sino que muchas veces hace que las personas nos digan un educado “adiós”. Les damos lo que ya el mundo les ofrece sin Cristo, les proponemos lo que una sociedad materialista y relativista difunde todos los días con una insistencia casi obsesiva. Otras veces no acercamos a Cristo porque caemos en actitudes de desprecio, de altanería, de soberbia, de condena. Acusamos a los demás de herejes, les repetimos una y otra vez que son sinvergüenzas, apóstatas, miserables, sincretistas, adúlteros, lujuriosos, avaros... y toda una lista de adjetivos despectivos. Muchas veces no insultamos con los labios (quien tiene un mínimo de educación no llega al insulto fácil), pero sí con el corazón. Y quien recibe nuestra mirada nota una condena, siente que falta amor en nuestras almas. La clave para acercar a alguien a Cristo consiste simplemente en Cristo. No es un error: si Dios es Amor, y si Cristo es Dios, la clave está en el Amor, está en Cristo que es Amor. Ofrecemos realmente a Cristo a un alma atribulada, a un esposo infiel, a una mujer que ha abortado, a un empresario que ha cometido fraudes, a un político oportunista, a un joven arruinado por la droga o el alcohol... cuando nuestros ojos y nuestro corazón penetran en el otro con la misma dulzura, mansedumbre, humildad y benevolencia de Jesús de Nazaret. Eso es posible si nosotros vivimos ya dentro de ese Amor, si estamos locos de alegría al recordar una y otra vez que quien murió en el Calvario quería perdonar nuestros pecados y darnos la vida de gracia, si sentimos que hay un lugar para nosotros, para mí, en el cielo. Para mí... y para tantos hombres y mujeres con los que me cruzo cada día, y que tienen un hambre profunda de cariño, de comprensión, de acogida, de respeto que va más allá del pecado para convertirse en inicio de salvación. Todos estamos llamados a acercarnos a Cristo y a acercar a los demás al Señor. Dios mismo desea encontrarse con cada uno de sus hijos. Dios nos ama, desde la grandeza de su misterio eterno, desde la sencillez del llanto de un Niño nacido en Belén, desde la mansedumbre de un Cordero que dio su vida por nosotros en el Calvario. Hoy puedo acercar algún corazón al tesoro más grande, al Amor eterno, a la dicha completa. Porque ese corazón lo necesita, porque Dios ya lo está buscando, porque mi pobre vida también quiere unirse a ese abrazo que puede producirse gracias a mi sonrisa, a mi afecto, a mis deseos sinceros de acercar, al menos a un poquito, a alguien al Maestro.

P. Fernando Pascual L.C

jueves, 18 de junio de 2009

"UN SANTO TRISTE ES UN TRISTE SANTO"


1.- San Pablo nos enseña “Estad alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres”.Otros santos nos dan su ejemplo: P Hurtado “Contento Señor contento”San Felipe de Neri “La alegría conquistará al mundo”La Virgen María “Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”.

2.- El contrapunto de la historia.· Hombres y mujeres tristes.· Muchos necesitan tomar para estar alegres.· En las discotecas· En la Universidad· Vemos pololos infelices· Matrimonios infelices· Exitosos tristes· Personas que lo tiene todo y no están contentas.· Depresión que es la perdida de alegría, está de moda. En fin.

3.- ¿Dónde están las coordenadas de la alegría cristiana?· Fundada en Cristo y en su plan de salvación. Bienaventurados seremos aquellos que vivimos las enseñanzas del maestro. Conocen un santo que haya sido triste, amargado, sin vida…· Fundada en la vida interior. Las cosas importantes ocurren desde dentro hacia fuera. El llamado es a tener una vida interior fundada en Cristo.· Una alegría hermanada de la cruz. Es decir, la cruz que Dios me ha dado es para fortalecer y profundizar mi alegría.· Una alegría que se fortalece en el combate espiritual y en la vida recia.· Fundada en Cristo eucaristía. “Podeis ir en la paz y en la alegría del Señor”· Está unida entrañablemente a la voluntad del Señor. Hacer la voluntad del Señor es el camino de la felicidad.

4.- Rasgos concretos de la alegría que nos oferta Cristo.

1. Es hermana de la seriedad.

2. Va hermanado con la verdad

3. Es posible en el sufirimiento y la cruz

4. Brota de darle un si viril en cada momento a la voluntad del Señor.

5. Es permanente

6. La alegría de Dios se oscurece en una vida desordenada.

7. La alegría es ocultada por el pecado

8. La alegría brota de un corazón en paz.


5.- Queridos amigos, no tenemos derecho a estar tristes: Dios nos ha dejado sus tesoros: LA EUCARISTÍA; LA CONFESIÓN; LA VIRGEN MARÍA.Estos son los talleres para la perfecta alegría.




Cierto día, el bienaventurado Francisco, estando en Santa María, llamó al hermano León y le dijo:

-Hermano León, escribe. Este le respondió:

-Ya estoy listo.-Escribe- le dijo- cuál es la verdadera alegría: Llega un mensajero y dice que todos los maestros de París han venido a la Orden. Escribe:. "No es verdadera Alegría".Escribe también que han venido a la Orden todos los prelados ultramontanos, arzobispos y obispos; que también el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: "No es verdadera Alegría".Igualmente, que mis hermanos han ido a los infieles y han convertido a todos ellos a la fe. Además, que he recibido yo de Dios una gracia tan grande, que curo enfermos y hago muchos milagros. Te digo que en todas estas cosas no está la verdadera alegría.Pues ¿cuál es la verdadera alegría? Vuelvo de Perusa y, ya de noche avanzada, llego aquí; es tiempo de invierno, todo está embarrado y el frío es tan grande, que en los bordes de la túnica se forman carámbanos de agua fría congelada, que hacen heridas en las piernas hasta brotar sangre de las mismas.Y todo embarrado, helado y aterido, me llego a la puerta y, después de estar un buen rato tocando y llamando, acude el hermano y pregunta:

-¿Quién es? Yo respondo: -El hermano Francisco. Y él dice: -Largo de aquí. No es hora decente para andar de camino. Aquí no entras.Y, al insistir yo de nuevo, contesta:

-Largo de aquí. Tú eres un simple y un paleto. Ya no vas a venir con nosotros. Nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos.Y yo vuelvo a la puerta y digo:

-Por amor de Dios, acogedme por esta noche. Y él responde: -No me da la gana. Vete al lugar de los crucíferos y pide allí.Te digo: si he tenido paciencia y no he perdido la calma en esto está la verdadera alegría, y también la verdadera virtud y el bien del alma.

LA HUMILDAD DE RECONOCER LA VERDAD

Uno de los grandes peligros de la condición humana es su supuesta autosuficiencia. Desde luego que no es un tema nuevo. Desde los orígenes del ser humano, ha existido la permanente inquietud por demostrarse a sí mismo no necesitar de ninguna dependencia… y, menos, de Dios. La propia historia del Pueblo de Israel está jalonada de pequeñas y grandes traiciones con esa Alianza que Yahvé estableció con Abraham. Profetas, jueces, reyes… se van sucediendo en esa tensión que supone ser sabedores de una predilección que ninguna otra nación de la tierra ha tenido (elegidos por Dios), y la búsqueda de seguridades amparadas en lo exclusivamente temporal.
Se trata, en definitiva, de confianza. Fiarse de aquel de quien sabemos no nos va a engañar, y que busca sólo y exclusivamente nuestro bien. Ese fue, por ejemplo, el convencimiento de Abraham, al que llamamos nuestro padre en la fe, que le llevó a una entrega incondicional a esa llamada de Dios. Sin embargo, para este tipo de actitudes, es necesaria mucha humildad. Esta virtud no es una petición de renuncia a la propia personalidad, o imponerse restricciones psicológicas, sino entender y aceptar quiénes somos en realidad. Santa Teresa de Jesús decía: “Humildad es verdad… la verdad es saber quién es uno, y quién es Dios… Dios lo es todo, nosotros no somos nada sin Él”.
“Señor, no soy quién para que entres bajo mi techo”. Reconocer nuestras propias limitaciones no es ponernos en inferioridad de nada, ni de nadie. Simplemente es lo propio de nuestra condición humana. El Centurión del Evangelio de hoy, en la presencia de Cristo, advierte que hay algo grande en Él que le supera y le “vence”. Por eso se pone enteramente en sus manos: “Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano”. ¡Qué grande es el hombre cuando se manifiesta en él ese estar hecho a imagen y semejanza de su Creador! También la Virgen, cuando pidió a aquellos que servían el vino en el Banquete de Bodas que hicieran lo Él les dijera, manifestó hacia aquellos que la escuchaban de esa participación que poseía en la intimidad divina… Pues, cuando somos dóciles, entonces el Espíritu Santo actúa verdaderamente “a sus anchas”.
Esas palabras del Centurión, desde hace siglos, las empleamos en la celebración de cada Eucaristía. Es como poner el sello de garantía a cada una de nuestras acciones, palabras y pensamientos. ¿Cuánto cambiarían nuestras apreciaciones, personales y ajenas, si reconociéramos la verdad, no como algo que hay que consensuar o trasladar al ámbito de lo opinable, sino que procede de Aquel que dijo que era esa Verdad, ese Camino y esa Vida?… ¡Fiémonos del Amor!, ya que nunca nos defraudará. María, Nuestra Madre, se fió, y Dios habitó entre nosotros, para hacerse de nuestra condición… Sólo la humildad es capaz de alcanzar semejante verdad.

jueves, 11 de junio de 2009

EL HIJO PRODIGO, la historia de cada una de nuestras vidas

Parábola del hijo pródigo Lc 15, 1-3.11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús todos los publicanos y los pecadores para oírle. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros." Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado". Y comenzaron la fiesta. Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano." El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.

"Reflexión:Dejar la casa paterna significa mucho más que alejarse de un lugar en un momento determinado. Significa negar la realidad espiritual de nuestra pertenencia a Dios. De hecho pedir la herencia del padre es desear de algún modo un tanto sutil la muerte del padre. Tal vez, hemos tenido la experiencia de esto en algún momento de nuestra vida. Al inicio notamos que todo va de maravillas. No tenemos a nadie que nos diga lo que tenemos que hacer, contamos con los “amigos”, música, aventuras en tierras lejanas, etc. Pero puede ser que actuamos así porque no vemos el engaño del diablo, no nos percatamos de que los fundamentos de nuestra vida no están en aquellos lugares lejanos, sino en nuestra casa paterna.
Nosotros también somos hijos pródigos cada vez que pedimos la herencia a Dios para alejarnos del Él. Somos hijos pródigos cada vez que buscamos el amor donde no podemos encontrarlo.
No es fácil recorrer el camino de la vida sin la ayuda de un Padre que nos ame, nos comprenda y nos anime.Uno de los grandes retos de la vida espiritual consiste precisamente en reconocernos pecadores delante de Dios y pedirle su perdón. Porque la historia que hoy nos narra el evangelio no es una simple novela entre muchas otras. Es la historia de cada una de nuestras vidas llamadas a reconciliarnos con el Padre. Él nos espera con los brazos abiertos para darnos de nuevo su amor.

fuente:Catholic-net

martes, 9 de junio de 2009

LA VOCACIÓN Y LA SANTIDAD



Del mensaje de JPII a la XXXIX Jornada Mundial de Oracion por las Vocaciones,21-IV-2002

Venerables Hermanos en el Episcopado,queridos Hermanos y Hermanas: l. A todos vosotros “los queridos por Dios y santos por vocación, la gracia y la paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo” (Rom.1,7). Estas palabras del apóstol Pablo a los cristianos de Roma nos introducen en el tema de la próxima Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones: “La vocación a la santidad”. ¡La santidad! He aquí la gracia y la meta de todo creyente, conforme nos recuerda el Libro del Levítico: “Sed santos, porque yo, el Señor, Dios vuestro, soy santo” (19,2). En la Carta apostólica Novo millennio ineunte he invitado a poner “la programación pastoral en el signo de la santidad”, para “expresar la convicción de que si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial…Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este “alto grado” de la vida cristiana ordinaria: la vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección” (n° 31). Tarea primaria de la Iglesia es acompañar a los cristianos por el camino de la santidad, con el fin de que iluminados por la inteligencia de la fe, aprendan a conocer y a contemplar el rostro de Cristo y a redescubrir en Él la auténtica identidad y la misión que el Señor confía a cada uno. De tal modo que lleguen a estar “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, teniendo como piedra angular al mismo Jesucristo. En Él cada construcción crece bien ordenada para ser templo santo en el Señor” (Ef. 2. 20-21). La Iglesia reúne en sí todas las vocaciones que Dios suscita entre sus hijos y se configura a sí misma como reflejo luminoso del misterio de la Santísima Trinidad. Como “pueblo congregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, lleva en sí el misterio del Padre que llama a todos a santificar su nombre y a cumplir su voluntad; custodia el misterio del Hijo que, mandado por el Padre a anunciar el reino de Dios, invita a todos a seguirle; es depositaria del misterio del Espíritu Santo que consagra para la misión que el Padre ha elegido mediante su Hijo Jesucristo. Porque la Comunidad eclesial es el lugar donde se expresan las diversas vocaciones suscitadas por el Señor, en el contexto de la Jornada Mundial, que tendrá lugar el próximo 21 de abril, IV Domingo de Pascua, se desarrollará el tercer Congreso Continental por las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada en Norteamérica. Me alegro de dirigir a los promotores y a los participantes mis benevolentes saludos y de expresar viva complacencia por una iniciativa que afronta uno de los problemas cruciales de la Iglesia que existe en América y por la Nueva Evangelización del Continente. Invito a todos, para que encuentro tan importante pueda suscitar un renovado empeño en el servicio de las vocaciones y un entusiasmo más generoso entre los cristianos del “Nuevo Mundo”. 2. La Iglesia es “casa de la santidad” y la caridad de Cristo, difundida por el Espíritu Santo, constituye su alma. Por ella todos los cristianos deben ayudarse recíprocamente en descubrir y realizar su vocación a la escucha de la Palabra de Dios, en la oración, en la asidua participación a los Sacramentos y en la búsqueda constante del rostro de Cristo en cada hermano. De tal modo cada uno, según sus dones, avanza en el camino de la fe, tiene pronta la esperanza y obra mediante la caridad (Cf. Lumen gentium, 4.1) mientras la Iglesia “revela y revive la infinita riqueza del misterio de Jesucristo (Christifideles laici, 55) y consigue que la santidad de Dios entre en cada estado y situación de vida, para que todos los cristianos lleguen a ser operarios de la viña del Señor y edifiquen el Cuerpo de Cristo. Si cada vocación en la Iglesia está al servicio de la santidad, algunas, sobre todo, como la vocación al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada lo son de modo especialísimo. Es a estas vocaciones a las que invito a mirar hoy con particular atención, intensificando su oración por ellas. La vocación al ministerio sacerdotal “es esencialmente una llamada a la santidad, en la forma que brota del sacramento del Orden. La santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo pobre, casto, y humilde; es amor sin reserva a las almas y donación al verdadero bien; es amor a la Iglesia que es santa y nos quiere santos, porque tal es la misión que Cristo le ha confiado” (Pastores dabo vobis, 33). Jesús llama a los Apóstoles” para que estén con Él”.(Mc 3,14) en una intimidad privilegiada (cfr Lc 8, 1- 2; 22, 28). No sólo los hace partícipes de los misterios del Reino de los cielos (Cfr Mt.13,16-18) sino que espera de ellos una fidelidad más alta y acorde con el ministerio apostólico al que les llama. Les exige una pobreza más rigurosa (Cfr. Mt 19, 22-23), la humildad del siervo que se hace el último de todos (cfr. Mt. 20, 25-27). Les pide la fe en los poderes recibidos (Cfr. Mt.17,19-21, la oración y el ayuno como instrumentos eficaces de apostolado (cfr. Mc 9, 29) y el desinterés: “Gratuitamente habéis recibido, dad gratuitamente ”. (Mt. 10, 8). De ellos espera la prudencia unida a la simplicidad y a la rectitud moral (cfr. Mt. 10, 26-28) y el abandono a la Providencia (Cfr. Lc 9, 1-3); 19, 22-23). No debe faltarles la conciencia de la responsabilidad asumida, en cuanto administradores de los sacramentos instituidos por el Maestro y operarios de su viña (cfr. Lc 12, 43-48). La vida consagrada revela la íntima naturaleza de cada vocación cristiana a la santidad y la tensión de toda la Iglesia-Esposa hacia Cristo, “su único Esposo”. “La profesión de los consejos evangélicos está íntimamente conectada con el misterio de Cristo, teniendo el deber de hacerlos presentes en la forma de vida que ellos elijan, añadiéndolo como valor absoluto y escatológico (Vita consecrata, 29). Las vocaciones a estos estados de vida son dones preciosos y necesarios, que atestiguan también hoy el seguimiento de Cristo casto, pobre y obediente, el testimonio del primado absoluto de Dios y el servicio a la humanidad en el estilo del Redentor representan caminos privilegiados hacia una plenitud de vida espiritual. La escasez de candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada, que se registra en algunos contextos de hoy, lejos de conducirnos a exigir menos y a contentarse con una formación y una espiritualidad mediocres, debe impulsarnos sobre todo a una mayor atención en la selección y en la formación de cuantos, una vez constituidos ministros y testigos de Cristo, estén llamados a confirmar con la santidad de vida lo que anuncian y celebran. 3. Es necesario poner en evidencia todos los medios para que las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, esenciales para la vida y la santidad del Pueblo de Dios, estén continuamente en el centro de la espiritualidad de la acción pastoral y de la oración de los fieles.Los Obispos y presbíteros sean, primeramente los testigos de la santidad del ministerio recibido como don. Con la vida y la enseñanza muestren el gozo de seguir a Jesús, Buen Pastor y la eficacia renovadora del misterio de su Pascua de redención. Hagan visible con su ejemplo, de modo particular a las jóvenes generaciones, la entusiasmante aventura reservada a quien, sobre las huellas del Divino Maestro, elige pertenecer completamente a Dios y se ofrece a sí mismo para que cada hombre pueda tener vida en abundancia. (Cfr. Jn 10, 10). Consagrados y consagradas, que viven “en el mismo corazón de la Iglesia como elemento decisivo para su misión” (Vita consecrata, 3), muestren que su existencia está sólidamente radicada en Cristo, que la vida religiosa es “casa y escuela de comunión” (Novo millennio ineunte, 43), que en su humilde y fiel servicio al hombre aliente aquella “fantasía de la caridad” (ibid., 50) que el Espíritu Santo mantiene siempre viva en la Iglesia. ¡No olviden que en el amor a la contemplación, en el gozo de servir a los hermanos, en la castidad vivida por el Reino de los Cielos, en la generosa dedicación a su ministerio reside la fuerza de cada propuesta vocacional! Las familias están llamadas a jugar un papel decisivo para el futuro de las vocaciones en la Iglesia. La santidad del amor esponsal, la armonía de la vida familiar, el espíritu de fe con el que se afrontan los problemas diarios de la vida, la apertura a los otros, sobre todo a los más pobres, la participación en la vida de la comunidad cristiana constituyen el ambiente adecuado para la escucha de la llamada divina y para una generosa respuesta de parte de los hijos. 4. “Rogad pues, al dueño de la mies para que envíe operarios a su mies” ( Mt. 9,38; Lc 10, 2) En obediencia al mandato de Cristo, cada Jornada Mundial se caracteriza como momento de oración intensa, que compromete a la Comunidad cristiana entera en una incesante y fervorosa invocación a Dios por las vocaciones. ¡Qué importante es que las comunidades cristianas lleguen a ser verdaderas escuelas de oración (Cfr. Novo millennio ineunte, 33), capaces de educar en el diálogo con Dios y formar a los fieles en abrirse siempre más al amor con que el Padre “ha amado tanto al mundo hasta mandar a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16)! La oración cultivada y vivida ayudará a dejarse guiar por el Espíritu de Cristo para colaborar en la edificación de la Iglesia en la caridad. En tal ambiente, el discípulo crece en el deseo ardiente que cada hombre encuentra en Cristo y alcanza la verdadera libertad de los hijos de Dios. Tal deseo conducirá al creyente, bajo el ejemplo de María, a estar disponible para pronunciar un “sí” lleno y generoso al Señor que le llama a ser ministro de la Palabra, de los Sacramentos y de la Caridad, o pueda ser signo viviente de la vida casta, pobre y obediente de Cristo entre los hombres de nuestro tiempo. ¡El Dueño de la mies haga que no falten en su Iglesia numerosas y santas vocaciones sacerdotales y religiosas!
ORACION:Padre Santo: mira nuestra humanidad, que da los primeros pasos en el camino del tercer milenio. Su vida sigue marcada fuertemente todavía por el odio, la violencia, la opresión, pero el hambre de justicia, de verdad y de gracia, encuentra espacio en el corazón de tantos, que esperan la salvación, llevada a cabo por Ti, por medio de tu Hijo Jesús. Necesitamos mensajeros animosos del Evangelio, siervos generosos de la humanidad sufriente. Envía a tu Iglesia, te rogamos, presbíteros santos, que santifiquen a tu pueblo con los instrumentos de tu gracia.Envía numerosos consagrados que muestren tu santidad en medio del mundo.Envía a tu viña, santos operarios que trabajen con el ardor de la caridad y, movidos por tu Espíritu Santo, lleven la salvación de Cristo hasta los últimos confines de la tierra. Amén,
En Castel Gandolfo, 8 de septiembre del 2001.
IOANNES PAULUS PP. II

lunes, 1 de junio de 2009

SANTA TERESA Y EL ESPIRITU SANTO


SANTA TERESA DE JESÚS Y EL ESPÍRITU SANTO

Como las sequedades de espíritu le hacían repugnante la oración y el enemigo del alma le aconsejaba que dejara de rezar y de meditar porque todo eso le producía aburrimiento, su confesor le avisó que dejar de rezar y de meditar sería entregarse incondicionalmente al poder de Satanás y un padre jesuita le recomendó que para orar con más amor y fervor eligiera como "maestro de oración" al Espíritu Santo y que rezara cada día el Himno "Ven Creador Espíritu". Ella dirá después: "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas".Y el Divino Espíritu empezó a concederle Visiones Celestiales. Al principio se asustó porque había oído hablar de varias mujeres a las cuales el demonio engañó con visiones imaginarias. Pero hizo confesión general de toda su vida con un santo sacerdotes y le consultó el caso de sus visiones, y este le dijo que se trataba de gracias de Dios.