jueves, 24 de diciembre de 2009

NO HAY NAVIDAD SIN JESÚS



"os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es Cristo, el Señor"
San lucas 2 1-20
1 Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo.
2 Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino.
3 Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad.
4 Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David,
5 para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.
6 Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento,
7 y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.
8 Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño.
9 Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor.
10 El ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo:
11 os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor;
12 y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre."
13 Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
14 "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace."
15 Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado."
16 Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
17 Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño;
18 y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.
19 María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.
20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
¡¡¡NO HAY NAVIDAD SIN JESÚS!!!
¡¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

DON BOSCO Y LA NAVIDAD

Con ocasión de las Navidades de 1872, el 20 de diciembre Don Bosco recomendaba escribir a los padres y bienhechores de los chicos del Oratorio. “Es mi intención y mi deseo que lo hagáis. »Tuvisteis vacación el jueves? (Gritos espontáneos de: ísí! y íno!). Pues bien, mañana sábado, no se dé trabajo para el domingo en aquellas clases, en las que todavía no hubo vacación; dése en su lugar como deber de clase esta carta y los profesores hagan un esbozo de la misma. En la carta a los bienhechores no dejéis de poner estas precisas palabras:

«Doy las gracias a usted... por su bondad y todas las atenciones que tuvo conmigo; en las próximas Navidades no dejaré de pedir a Dios Nuestro Señor que derrame sobre usted sus bendiciones, le dé salud y prosperidad en sus asuntos temporales, y sobre todo le conceda después la eterna bienaventuranza en el Cielo”. Tened por cierto, hijos míos, que estas palabras causan siempre buena impresión en quien las recibe, porque dicen: -«Mira cómo éste, no sabiendo hacer por mí, me desea de corazón todo lo que más puedo y debo desear...En estas fiestas estemos alegres en hora buena; saltad, reíd, pero pensad también en el gran misterio que se está realizando: “Un Dios que se hace hombre!... Es preciso, no cabe duda, que nuestra alma sea algo muy grande cuando los Cielos y la tierra se conmueven, y todo un Dios viene a hacerse niño precisamente por mí», debe decir cada uno de nosotros. No nos pese, pues, hacer alguna pequeña mortificación por El...”

martes, 15 de diciembre de 2009

CONFESIÓN, CARICIA DEL PERDON DE DIOS

Acercándonos al encuentro con Jesús Redentor en Navidad, es asunto de fuerte responsabilidad peguntarnos: ¿estoy yo preparado para encontrarme con Cristo Salvador?
El Papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica “Reconciliación y Penitencia” nos dice: “Es necesario hacer a los fieles una catequesis lo más esmerada posible acerca del Sacramento de la Penitencia”.
Y nos enseña el Mismo Papa:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15, 21).
Mientras el hombre no se reconozca pecador, no irá a la Confesión. Somos pecadores. No perder nunca la conciencia del pecado. Nadie se acercará a la Confesión si primero no se reconoce pecador. Es la experiencia ejemplar de David, quien, después de haber hecho lo que al Señor le parece mal, al ser reprendido por el profeta Natán, exclama: “Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces” (Sal 50, 5ss).
También fue así la experiencia del hijo pródigo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15, 21).
Por eso, para un cristiano no hay otro medio ordinario para recibir el perdón de los pecados que a través del Sacramento de la Confesión, que ofrece la Iglesia con tanto amor y generosidad.
Después de reconocerse pecador, el hombre debe acercarse al Dios de la misericordia, con humildad, sinceridad, arrepentimiento, que le perdonará a través del ministerio de la Iglesia.
Cristo ha confiado a la Iglesia el ministerio de la reconciliación. Es un servicio que debe hacer la Iglesia
El sacerdote Confesor actúa “in persona Christi”, en la persona de Cristo. Cristo, a quien el Sacerdote Confesor hace presente, y que por su medio realiza el ministerio del perdón de lo pecados, es el que aparece como “hermano” del hombre, pontífice misericordioso, fiel y compasivo pastor, decidido a buscar la oveja perdida, médico que cura y conforta, maestro único que enseña la verdad e indica los caminos de Dios, juez de los vivos y de los muertos, que juzgan según la verdad y no según las apariencias.
Con la Confesión, el pecador se reconcilia con el Padre, se reintegra a la Comunión Eclesial con los hermanos que había roto con el pecado, recobra la paz consigo mismo, y escucha del Confesor “firme, alentador y amigable”: “Anda, y en adelante no peques más”.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

HOMILIA DEL PAPA BENEDICTO XVI SOBRE EL ADVIENTO

Adviento, quiere decir: “venida”, en latín adventus, de donde viene el término Adviento.

Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra, que puede traducirse como “presencia”, “llegada”, “venida”. En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su ocultación para manifestarse con poder, o que es celebrada presente en el culto.
Los cristianos adoptaron la palabra “adviento” para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre “provincia” llamada tierra para visitarnos a todos; hace participar en la fiesta de su adviento a cuantos creen en Él, a cuantos creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se pretendía sustancialmente decir: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no lo podemos ver y tocar como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.
El significado de la expresión “adviento” comprende por tanto también el de visitatio, que quiere decir simple y propiamente "visita"; en este caso se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. Todos tenemos experiencia, en la existencia cotidiana, de tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros. Se acaba por estar absorbidos por el “hacer”.
¿Acaso no es cierto que a menudo la actividad quien nos posee, la sociedad con sus múltiples intereses la que monopoliza nuestra atención?
¿Acaso no es cierto que dedicamos mucho tiempo a la diversión y a ocios de diverso tipo? A veces las cosas nos “atrapan”.
El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos empezando, nos invita a detenernos en silencio para captar una presencia. Es una invitación a comprender que cada acontecimiento de la jornada es un gesto que Dios nos dirige, signo de la atención que tiene por cada uno de nosotros. ¡Cuántas veces Dios nos hace percibir algo de su amor! ¡Tener, por así decir, un “diario interior” de este amor sería una tarea bonita y saludable para nuestra vida! El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia ¿no debería ayudarnos a ver el mundo con ojos diversos? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como "visita", como un modo en que Él puede venir a nosotros y sernos cercano, en cada situación?
Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, espera que es al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos empuja a entender el sentido del tiempo y de la historia como "kairós", como ocasión favorable para nuestra salvación. Jesús ilustró esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar la vuelta del amo; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en aquellas de la siembre y de la cosecha. El hombre, en su vida, está en constante espera: cuando es niño quiere crecer, de adulto tiende a la realización y al éxito, avanzando en la edad, aspira al merecido descanso. Pero llega el tiempo en el que descubre que ha esperado demasiado poco si, más allá de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar.

La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día secará también nuestras lágrimas. Un día no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el Reino de Dios, Reino de justicia y de paz.
Pero hay formas muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno por un presente dotado de sentido, la espera corre el riesgo de convertirse en insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente queda vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grave, porque el futuro es totalmente incierto. Cuando en cambio el tiempo está dotado de sentido y percibimos en cada instante algo específico y valioso, entonces la alegría de la espera hace el presente más precioso.

Queridos hermanos y hermanas, vivamos intensamente el presente donde ya nos alcanzan los dones del Señor, vivamoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. El Adviento cristiano se convierte de esta forma en ocasión para volver a despertar en nosotros el verdadero sentido de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado por largos siglos y nacido en la pobreza de Belén.
Viniendo entre nosotros, nos ha traído y continua ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de múltiples modos: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto según si detrás de ella está Él o si está ofuscada por la niebla de un origen incierto y de un incierto futuro.
A nuestra vez, podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos afligen, la impaciencia, las preguntas que nos brotan del corazón. ¡Estamos seguros de que nos escucha siempre! Y si Jesús está presente, no existe ningún tiempo privado de sentido y vacío. Si Él está presente, podemos seguir esperando también cuando los demás no pueden asegurarnos más apoyo, aún cuando el presente es agotador.
Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo particular, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede borrar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos anima a caminar confiados. Modelo y sostén de este íntimo gozo es la Virgen María, por medio de la cual nos ha sido dado el Niño Jesús. Que Ella, fiel discípula de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y diligentes en la espera. Amén.

Fragmento de la Homilía pronunciada por el Papa Benedicto XVI el sábado 29 de noviembre 2009 durante la celebración de las Primeras Vísperas del I Domingo de Adviento
FUENTE: CATHOLIC-NET

martes, 8 de diciembre de 2009

INMACULADA CONCEPCIÓN

LA CONCEPCIÓN INMACULADA DE MARÍA
Solemnidad: 8 de Diciembre

El dogma proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

"...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."
(Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)

sábado, 5 de diciembre de 2009

ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II


ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa,
Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II
y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de
la cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor.

Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal
intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen
Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.

Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de
tus santos. Amén.