viernes, 24 de diciembre de 2010

NACE JESÚS, NACE LA VIDA


Si en tu corazón hay un poco más de amor, es Navidad.
Si sabes perdonar al que te ofende, es Navidad.
Si buscas a Dios de verdad, es Navidad
Si trabajas por la justicia entre los hombres, es Navidad.
Si sabes sufrir con amor, es Navidad.
......Si le das una mano al caído, es Navidad.
Navidad es Dios con nosotros, y Dios es amor !!!!!!!!

viernes, 29 de octubre de 2010

CARTA DEL PAPA A LOS SEMINARISTAS DEL MUNDO

Queridos seminaristas: En diciembre de 1944, cuando me llamaron al servicio militar, el comandante de la compañía nos preguntó a cada uno qué queríamos ser en el futuro. Respondí que quería ser sacerdote católico. El subteniente replicó: Entonces tiene usted que buscarse otra cosa. En la nueva Alemania ya no hay necesidad de curas. Yo sabía que esta "nueva Alemania" estaba llegando a su fin y, que después de las devastaciones tan enormes que aquella locura había traído al País, habría más que nunca necesidad de sacerdotes. Hoy la situación es completamente distinta.

Pero también ahora hay mucha gente que, de una u otra forma, piensa que el sacerdocio católico no es una "profesión" con futuro, sino que pertenece más bien al pasado. Vosotros, queridos amigos, habéis decidido entrar en el seminario y, por tanto, os habéis puesto en camino hacia el ministerio sacerdotal en la Iglesia católica, en contra de estas objeciones y opiniones. Habéis hecho bien. Porque los hombres, también en la época del dominio tecnológico del mundo y de la globalización, seguirán teniendo necesidad de Dios, del Dios manifestado en Jesucristo y que nos reúne en la Iglesia universal, para aprender con Él y por medio de Él la vida verdadera, y tener presentes y operativos los criterios de una humanidad verdadera. Donde el hombre ya no percibe a Dios, la vida se queda vacía; todo es insuficiente. El hombre busca después refugio en el alcohol o en la violencia, que cada vez amenaza más a la juventud. Dios está vivo. Nos ha creado y, por tanto, nos conoce a todos. Es tan grande que tiene tiempo para nuestras pequeñas cosas: "Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados". Dios está vivo, y necesita hombres que vivan para Él y que lo lleven a los demás. Sí, tiene sentido ser sacerdote: el mundo, mientras exista, necesita sacerdotes y pastores, hoy, mañana y siempre.

El seminario es una comunidad en camino hacia el servicio sacerdotal. Con esto, ya he dicho algo muy importante: no se llega a ser sacerdote solo. Hace falta la "comunidad de discípulos", el grupo de los que quieren servir a la Iglesia de todos.

Con esta carta quisiera poner de relieve -mirando también hacia atrás, a mis días en el seminario- algunos elementos importantes para estos años en los que os encontráis en camino.

1. Quien quiera ser sacerdote debe ser sobre todo un "hombre de Dios", como lo describe san Pablo (1 Tm 6,11). Para nosotros, Dios no es una hipótesis lejana, no es un desconocido que se ha retirado después del "big bang". Dios se ha manifestado en Jesucristo. En el rostro de Jesucristo vemos el rostro de Dios. En sus palabras escuchamos al mismo Dios que nos habla. Por eso, lo más importante en el camino hacia el sacerdocio, y durante toda la vida sacerdotal, es la relación personal con Dios en Jesucristo. El sacerdote no es el administrador de una asociación, que intenta mantenerla e incrementar el número de sus miembros. Es el mensajero de Dios entre los hombres. Quiere llevarlos a Dios, y que así crezca la comunión entre ellos. Por esto, queridos amigos, es tan importante que aprendáis a vivir en contacto permanente con Dios. Cuando el Señor dice: "Orad en todo momento", lógicamente no nos está pidiendo que recitemos continuamente oraciones, sino que nunca perdamos el trato interior con Dios. Ejercitarse en este trato es el sentido de nuestra oración. Por esto es importante que el día se inicie y concluya con la oración. Que escuchemos a Dios en la lectura de la Escritura. Que le contemos nuestros deseos y esperanzas, nuestras alegrías y sufrimientos, nuestros errores y nuestra gratitud por todo lo bueno y bello, y que de esta manera esté siempre ante nuestros ojos como punto de referencia en nuestra vida. Así nos hacemos más sensibles a nuestros errores y aprendemos a esforzarnos por mejorar; pero, además, nos hacemos más sensibles a todo lo hermoso y bueno que recibimos cada día como si fuera algo obvio, y crece nuestra gratitud. Y con la gratitud aumenta la alegría porque Dios está cerca de nosotros y podemos servirlo.

2. Para nosotros, Dios no es sólo una palabra. En los sacramentos, Él se nos da en persona, a través de realidades corporales. La Eucaristía es el centro de nuestra relación con Dios y de la configuración de nuestra vida. Celebrarla con participación interior y encontrar de esta manera a Cristo en persona, debe ser el centro de cada una de nuestras jornadas. San Cipriano ha interpretado la petición del Evangelio: "Danos hoy nuestro pan de cada día", diciendo, entre otras cosas, que "nuestro" pan, el pan que como cristianos recibimos en la Iglesia, es el mismo Señor Sacramentado. En la petición del Padrenuestro pedimos, por tanto, que Él nos dé cada día este pan "nuestro"; que éste sea siempre el alimento de nuestra vida. Que Cristo resucitado, que se nos da en la Eucaristía, modele de verdad toda nuestra vida con el esplendor de su amor divino. Para celebrar bien la Eucaristía, es necesario también que aprendamos a conocer, entender y amar la liturgia de la Iglesia en su expresión concreta. En la liturgia rezamos con los fieles de todos los tiempos: pasado, presente y futuro se suman a un único y gran coro de oración. Por mi experiencia personal puedo afirmar que es entusiasmante aprender a entender poco a poco cómo todo esto ha ido creciendo, cuánta experiencia de fe hay en la estructura de la liturgia de la Misa, cuántas generaciones con su oración la han ido formando.

3. También es importante el sacramento de la Penitencia. Me enseña a mirarme con los ojos de Dios, y me obliga a ser honesto conmigo mismo. Me lleva a la humildad. El Cura de Ars dijo en una ocasión: Pensáis que no tiene sentido recibir la absolución hoy, sabiendo que mañana cometeréis nuevamente los mismos pecados. Pero -nos dice- Dios mismo olvida en ese momento los pecados de mañana, para daros su gracia hoy. Aunque tengamos que combatir continuamente los mismos errores, es importante luchar contra el ofuscamiento del alma y la indiferencia que se resigna ante el hecho de que somos así. Es importante mantenerse en camino, sin ser escrupulosos, teniendo conciencia agradecida de que Dios siempre está dispuesto al perdón. Pero también sin la indiferencia, que nos hace abandonar la lucha por la santidad y la superación. Cuando recibo el perdón, aprendo también a perdonar a los demás. Reconociendo mi miseria, llego también a ser más tolerante y comprensivo con las debilidades del prójimo.

4. Sabed apreciar también la piedad popular, que es diferente en las diversas culturas, pero que a fin de cuentas es también muy parecida, pues el corazón del hombre después de todo es el mismo. Es cierto que la piedad popular puede derivar hacia lo irracional y quizás también quedarse en lo externo. Sin embargo, excluirla es completamente erróneo. A través de ella, la fe ha entrado en el corazón de los hombres, formando parte de sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir común. Por eso, la piedad popular es un gran patrimonio de la Iglesia. La fe se ha hecho carne y sangre. Ciertamente, la piedad popular tiene siempre que purificarse y apuntar al centro, pero merece todo nuestro aprecio, y hace que nosotros mismos nos integremos plenamente en el "Pueblo de Dios".

5. El tiempo en el seminario es también, y sobre todo, tiempo de estudio. La fe cristiana tiene una dimensión racional e intelectual esencial. Sin esta dimensión no sería ella misma. Pablo habla de un "modelo de doctrina", a la que fuimos entregados en el bautismo (Rm 6,17). Todos conocéis las palabras de san Pedro, consideradas por los teólogos medievales como justificación de una teología racional y elaborada científicamente: "Estad siempre prontos para dar razón (logos) de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere" (1 P 3,15). Una de las tareas principales de los años de seminario es capacitaros para dar dichas razones. Os ruego encarecidamente: Estudiad con tesón. Aprovechad los años de estudio. No os arrepentiréis. Es verdad que a veces las materias de estudio parecen muy lejanas de la vida cristiana real y de la atención pastoral. Sin embargo, es un gran error plantear de entrada la cuestión en clave pragmática: ¿Me servirá esto para el futuro? ¿Me será de utilidad práctica, pastoral? Desde luego no se trata solamente de aprender las cosas meramente prácticas, sino de conocer y comprender la estructura interna de la fe en su totalidad, de manera que se convierta en una respuesta a las preguntas de los hombres, que aunque aparentemente cambian en cada generación, en el fondo son las mismas. Por eso, es importante ir más allá de las cuestiones coyunturales para captar cuáles son precisamente las verdaderas preguntas y poder entender también así las respuestas como auténticas repuestas. Es importante conocer a fondo la Sagrada Escritura en su totalidad, en su unidad entre Antiguo y Nuevo Testamento: la formación de los textos, su peculiaridad literaria, la composición gradual de los mismos hasta formar el canon de los libros sagrados, la unidad de su dinámica interna que no se aprecia a primera vista, pero que es la única que da sentido pleno a cada uno de los textos. Es importante conocer a los Padres y los grandes Concilios, en los que la Iglesia ha asimilado, reflexionando y creyendo, las afirmaciones esenciales de la Escritura. Podría continuar en este sentido: llamamos dogmática a la comprensión de cada uno de los contenidos de la fe en su unidad, o mejor, en su simplicidad última: cada detalle particular, en definitiva, desarrolla la fe en el único Dios, que se manifestó y que sigue manifestándose. No es necesario que diga expresamente lo necesario que es estudiar las cuestiones esenciales de la teología moral y de la doctrina social de la Iglesia. Es evidente la importancia que tiene hoy la teología ecuménica, conocer las diversas comunidades cristianas; es igualmente necesario una orientación fundamental sobre las grandes religiones y, sobre todo, la filosofía: la comprensión de la búsqueda y de las preguntas del hombre, a las que la fe quiere dar respuesta. Pero también aprended a comprender y -me atrevo a decir- a valorar el derecho canónico por su necesidad intrínseca y por su aplicación práctica: una sociedad sin derecho sería una sociedad carente de derechos. El derecho es una condición del amor. Prefiero no continuar enumerando más cosas, pero sí deseo deciros una vez más: amad el estudio de la teología y continuadlo con especial sensibilidad, para anclar la teología en la comunidad viva de la Iglesia que, con su autoridad, no es un polo opuesto a la ciencia teológica, sino su presupuesto. Sin la Iglesia que cree, la teología deja de ser ella misma y se convierte en un conjunto de disciplinas diversas sin unidad interior.

6. Los años de seminario deben ser también un periodo de maduración humana. Para el sacerdote, que deberá acompañar a otros en el camino de la vida y hasta el momento de la muerte, es importante que haya conseguido un equilibrio justo entre corazón y mente, razón y sentimiento, cuerpo y alma, y que sea humanamente "íntegro". La tradición cristiana siempre ha unido las "virtudes teologales" con las "virtudes cardinales", que brotan de la experiencia humana y de la filosofía, y ha tenido en cuenta la sana tradición ética de la humanidad. Pablo dice a los Filipenses de manera muy clara: "Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta" (4,8). En este contexto, se sitúa también la integración de la sexualidad en el conjunto de la personalidad. La sexualidad es un don del Creador, pero también una tarea que tiene que ver con el desarrollo del ser humano. Cuando no se integra en la persona, la sexualidad se convierte en algo banal y destructivo. En nuestra sociedad actual se ven muchos ejemplos de esto. Recientemente, hemos constatado con gran dolor que algunos sacerdotes han desfigurado su ministerio al abusar sexualmente de niños y jóvenes. En lugar de llevar a las personas a una madurez humana y ser un ejemplo para ellos, han provocado con sus abusos un daño que nos causa profundo dolor y disgusto. Debido a todo esto, muchos podrán preguntarse, quizás también vosotros, si vale la pena ser sacerdote; si es sensato encaminar la vida por el celibato. Sin embargo, estos abusos, que son absolutamente reprobables, no pueden desacreditar la misión sacerdotal, que conserva toda su grandeza y dignidad. Gracias a Dios, todos conocemos sacerdotes convincentes, forjados por su fe, que dan testimonio de cómo en este estado, en la vida celibataria, se puede vivir una humanidad auténtica, pura y madura. Pero lo que ha ocurrido, nos debe hacer más vigilantes y atentos, examinándonos cuidadosamente a nosotros mismos, delante de Dios, en el camino hacia el sacerdocio, para ver si es ésta su voluntad para mí. Es tarea de los confesores y de vuestros superiores acompañaros y ayudaros en este proceso de discernimiento. Un elemento esencial de vuestro camino es practicar las virtudes humanas fundamentales, con la mirada puesta en Dios manifestado en Cristo, dejándonos purificar por Él continuamente.

7. En la actualidad, los comienzos de la vocación sacerdotal son más variados y diversos que en el pasado. Con frecuencia, se toma la decisión por el sacerdocio en el ejercicio de alguna profesión secular. A menudo, surge en las comunidades, especialmente en los movimientos, que propician un encuentro comunitario con Cristo y con su Iglesia, una experiencia espiritual y la alegría en el servicio de la fe. La decisión también madura en encuentros totalmente personales con la grandeza y la miseria del ser humano. De este modo, los candidatos al sacerdocio proceden con frecuencia de ámbitos espirituales completamente diversos. Puede que sea difícil reconocer los elementos comunes del futuro enviado y de su itinerario espiritual. Precisamente, por eso, el seminario es importante como comunidad en camino por encima de las diversas formas de espiritualidad. Los movimientos son una cosa magnífica. Sabéis bien cuánto los aprecio y quiero como don del Espíritu Santo a la Iglesia. Sin embargo, se han de valorar según su apertura a la común realidad católica, a la vida de la única y común Iglesia de Cristo, que en su diversidad es, en definitiva, una sola. El seminario es el periodo en el que uno aprende con los otros y de los otros. En la convivencia, quizás a veces difícil, debéis asimilar la generosidad y la tolerancia, no simplemente soportándoos mutuamente, sino enriqueciéndoos unos a otros, de modo que cada uno pueda aportar sus cualidades particulares al conjunto, mientras todos servís a la misma Iglesia, al mismo Señor. Ser escuela de tolerancia, más aún, de aceptarse y comprenderse en la unidad del Cuerpo de Cristo, es otro elemento importante de los años de seminario.

Queridos seminaristas, con estas líneas he querido mostraros lo mucho que pienso en vosotros, especialmente en estos tiempos difíciles, y lo cerca que os tengo en la oración. Rezad también por mí, para que pueda desempeñar bien mi servicio, hasta que el Señor quiera. Confío vuestro camino de preparación al sacerdocio a la maternal protección de María Santísima, cuya casa fue escuela de bien y de gracia.

Que a todos os bendiga Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo.


Vaticano, 18 de octubre de 2010, Fiesta de San Lucas, evangelista.


Vuestro en el Señor
BENEDICTUS PP. XVI

viernes, 6 de agosto de 2010

CARTA DE UN PADRE SALESIANO AL NEW YORK TIMES

DESDE ANGOLA, ÁFRICA:
CARTA DEL PADRE SALESIANO MARTIN LASARTE AL NEW YORK TIMES

Abril, 2010

Querido hermano y hermana periodista:

Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.

Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la Iglesia no puede estar sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección y prevención de la dignidad de los niños serán siempre una prioridad absoluta.

Veo en muchos medios de comunicación, sobre todo en vuestro periódico, la ampliación del tema en forma morbosa, profundizando en detalles de la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así sucesivamente, otros casos recientes… ¡Ciertamente todo condenable! Se ven algunas presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas pero otras desmesuradas, llenas de prejuicios y hasta odio.

¡Es curiosa la escasa información e interés hacia miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso que a vuestro medio de información no le interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno estaba dispuesto a hacerlo y las ONG’s no estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico gracias al único puesto médico en 90.000 km cuadrados, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de recibir educación en estos 10 años a más de 110.000 niños en las escuelas... No es de interés que, con otros sacerdotes, hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y de la ONU.

No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, recorra por las noches la ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina; que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan casas de socorro para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violentados y buscan un refugio.

Tampoco que Fray Maiato a sus 80 años pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a serum positivos… o sobretodo, en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.

No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, lo hayan transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión, haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…Ninguno pasa los 40 años.

No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve.

La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.

No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…

Insistir de forma obsesiva y pertinaz en un tema, perdiendo la visión de conjunto, crea verdaderamente caricaturas ofensivas hacia el sacerdocio católico, por lo cual me siento ofendido.

Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza. Eso lo hará noble en su profesión.

En Cristo,

P. Martín Lasarte sdb

miércoles, 4 de agosto de 2010

PALABRAS DEL SANTO CURA DE ARS SOBRE EL SACERDOTE

EN EL DÍA DEL PARROCO QUIERO COMPARTIR ALGUNAS PALABRAS SOBRE EL SACERDOTE DEL SANTO CURA DE ARS
¡¡¡RECEMOS POR ELLOS!!!

El orden: es un sacramento que pareciera que no se refiere a ninguno de vosotros y es un sacramento que se refiere a todos.

Es el sacerdote que continúa la obra de Redención sobre la tierra.

Cuando veis al sacerdote, pensáis en Nuestro Señor Jesucristo.

El sacerdote no es sacerdote para él mismo, lo es para vosotros.

Vais a confesaros con la Santa Virgen o con un ángel. ¿Os absolverán? ¿Os darán el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor? No, la Santa Virgen no puede hacer descender su Hijo divino en la hostia. Aunque tuvierais doscientos ángeles para vosotros allá, no os podrían absolver. Un sacerdote, por cuanto simple sea, puede hacerlo. Os puede decir: andáis en paz, os perdono.

¡Oh! ¡el sacerdote es de veras algo grande!

Un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el más grande tesoro que el buen Dios pueda conceder a una parroquia y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina.

El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús.

Dejáis una parroquia por veinte años sin sacerdote: se adorarán las bestias.
Fuente: http://www.revistaecclesia.com/content/view/11077/284/
SANTO CURA DE ARS..RUEGA POR NOSOTROS

sábado, 19 de junio de 2010

ME PARECIÓ OPORTUNO ESTAS PALABRAS DE JUAN PABLO II EN ESTE MOMENTO EN QUE SE ESTÁ DISPUNTANDO EL MUNDIAL DE FUTBOL

HOMILIA DE S.S. JUAAN PABLO II EN LA CELEBRACIÓN DEL JUBILEO DE LOS DEPORTISTAS (29 DE OCTUBRE DEL 2000)

1. "Ya sabéis que en el estadio todos los atletas corren, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así: para ganar" (1 Co 9, 24).

En Corinto, a donde san Pablo había llevado el anuncio del Evangelio, había un estadio muy importante, en el que se disputaban los "juegos ístmicos". Por eso, muy oportunamente el Apóstol, para estimular a los cristianos de aquella ciudad a comprometerse a fondo en la "carrera" de la vida, alude a las competiciones atléticas. En el estadio -dice- todos corren, aunque sólo uno gana: corred así también vosotros... Mediante la metáfora de una sana competición deportiva, pone de relieve el valor de la vida, comparándola con una carrera hacia una meta no sólo terrena y pasajera, sino también eterna. Una carrera en la que todos, y no sólo uno, pueden ganar.

Escuchamos hoy estas palabras del Apóstol, reunidos en este estadio Olímpico de Roma, que una vez más se transforma en un gran templo al aire libre, como sucedió con ocasión del Jubileo internacional de los deportistas, en 1984, Año santo de la Redención. Entonces, como hoy, es Cristo, único Redentor del hombre, quien nos acoge y con su palabra de salvación ilumina nuestro camino.

A todos vosotros, amadísimos atletas y deportistas de todo el mundo, que celebráis vuestro jubileo, dirijo mi afectuoso saludo. Expreso mi gratitud más cordial a los responsables de los organismos deportivos internacionales e italianos, y a todos los que han colaborado en la organización de esta cita singular con el mundo del deporte y con sus diversas secciones.

Agradezco las palabras que me ha dirigido el presidente del Comité olímpico internacional, señor Juan Antonio Samaranch, y el presidente del Comité olímpico nacional italiano, señor Giovanni Petrucci, así como el señor Antonio Rossi, medalla de oro en Sydney y en Atlanta, que ha interpretado los sentimientos de todos vosotros, amadísimos atletas. Al veros reunidos con gran orden en este estadio, me vienen a la memoria muchos recuerdos de mi vida relacionados con experiencias deportivas. Queridos amigos, gracias por vuestra presencia y, sobre todo, gracias por el entusiasmo con que estáis viviendo esta cita jubilar.

2. Con esta celebración el mundo del deporte se une, como un grandioso coro, para expresar con la oración, el canto, el juego y el movimiento un himno de alabanza y acción de gracias al Señor. Es la ocasión propicia para dar gracias a Dios por el don del deporte, con el que el hombre ejercita su cuerpo, su inteligencia y su voluntad, reconociendo que estas capacidades son dones de su Creador.

Gran importancia cobra hoy la práctica del deporte, porque puede favorecer en los jóvenes la afirmación de valores importantes como la lealtad, la perseverancia, la amistad, la comunión y la solidaridad. Precisamente por eso, durante estos últimos años ha ido desarrollándose cada vez más como uno de los fenómenos típicos de la modernidad, casi como un "signo de los tiempos" capaz de interpretar nuevas exigencias y nuevas expectativas de la humanidad. El deporte se ha difundido en todos los rincones del mundo, superando la diversidad de culturas y naciones.

A causa de la dimensión planetaria que ha adquirido esta actividad, es grande la responsabilidad de los deportistas en el mundo. Están llamados a convertir el deporte en ocasión de encuentro y de diálogo, superando cualquier barrera de lengua, raza y cultura. En efecto, el deporte puede dar una valiosa aportación al entendimiento pacífico entre los pueblos y contribuir a que se consolide en el mundo la nueva civilización del amor.

3. El gran jubileo del año 2000 invita a todos y a cada uno a emprender un serio camino de reflexión y conversión. ¿Puede el mundo del deporte eximirse de este providencial dinamismo espiritual? No. Al contrario, precisamente la importancia que el deporte tiene hoy invita a cuantos participan en él a aprovechar esta oportunidad para hacer un examen de conciencia. Es importante constatar y promover los numerosos aspectos positivos del deporte, pero también es necesario captar las diferentes situaciones negativas en las que puede caer.

Las potencialidades educativas y espirituales del deporte deben llevar a que los creyentes y los hombres de buena voluntad se unan y contribuyan a superar cualquier desviación que pudiera producirse en él, considerándola un fenómeno contrario al desarrollo pleno de la persona y a su alegría de vivir. Hay que proteger con esmero el cuerpo humano de cualquier atentado contra su integridad y de toda forma de explotación e idolatría.

Es preciso estar dispuestos a pedir perdón por lo que en el mundo del deporte se ha hecho o se ha omitido, en contraste con los grandes compromisos asumidos en el jubileo anterior. Estos compromisos serán reafirmados en el "Manifiesto del deporte", que se presentará dentro de poco. Quiera Dios que esta verificación ofrezca a todos -directivos, técnicos y atletas- la ocasión de encontrar un nuevo impulso creativo y estimulante, para que el deporte responda, sin desnaturalizarse, a las exigencias de nuestro tiempo: un deporte que tutele a los débiles y no excluya a nadie, libere a los jóvenes del riesgo de la apatía y de la indiferencia, y suscite en ellos un sano espíritu de competición; un deporte que sea factor de emancipación de los países más pobres y ayude a eliminar la intolerancia y a construir un mundo más fraterno y solidario; un deporte que contribuya a hacer que se ame la vida y que eduque para el sacrificio, el respeto y la responsabilidad, llevando a una plena valorización de toda persona humana.

4. "Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares" (Sal 125, 5). El Salmo responsorial nos ha recordado que para tener éxito en la vida es preciso perseverar en el esfuerzo. Quien practica el deporte lo sabe muy bien: sólo a costa de duros entrenamientos se obtienen resultados significativos. Por eso el deportista está de acuerdo con el salmista cuando afirma que el esfuerzo realizado en la siembra halla su recompensa en la alegría de la cosecha: "Al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas" (Sal 125, 6).

En las recientes Olimpíadas de Sydney hemos admirado las hazañas de grandes atletas, que, para alcanzar esos resultados, se sacrificaron durante años, día a día. Esta es la lógica del deporte, especialmente del deporte olímpico; y es también la lógica de la vida: sin sacrificio no se obtienen resultados importantes, y tampoco auténticas satisfacciones.

Nos lo ha recordado una vez más el apóstol san Pablo: "Los atletas se privan de todo; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita" (1 Co 9, 25). Todo cristiano está llamado a convertirse en un buen atleta de Cristo, es decir, en un testigo fiel y valiente de su Evangelio. Pero para lograrlo, es necesario que persevere en la oración, se entrene en la virtud y siga en todo al divino Maestro.

En efecto, él es el verdadero atleta de Dios; Cristo es el hombre "más fuerte" (cf. Mc 1, 7), que por nosotros afrontó y venció al "adversario", Satanás, con la fuerza del Espíritu Santo, inaugurando el reino de Dios. Él nos enseña que para entrar en la gloria es necesario pasar a través de la pasión (cf. Lc 24, 26 y 46), y nos precedió por este camino, para que sigamos sus pasos.

Que el gran jubileo nos ayude a afianzarnos y fortalecernos para afrontar los desafíos que nos esperan en esta alba del tercer milenio.

5. "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 47).

Estas son las palabras del ciego de Jericó en el episodio narrado en la página evangélica que acabamos de proclamar. Ojalá que las hagamos nuestras: "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!".

Fijamos, oh Cristo, nuestra mirada en ti, que ofreces a todo hombre la plenitud de la vida. Señor, tú curas y fortaleces a quien, confiando en ti, cumple tu voluntad.

Hoy, en el ámbito del gran jubileo del año 2000, están reunidos aquí espiritualmente los deportistas de todo el mundo, ante todo para renovar su fe en ti, único Salvador del hombre.

También los que, como los atletas, están en la plenitud de sus fuerzas, reconocen que sin ti, oh Cristo, son interiormente como ciegos, o sea, incapaces de conocer la verdad plena y de comprender el sentido profundo de la vida, especialmente frente a las tinieblas del mal y de la muerte. Incluso el campeón más grande, ante los interrogantes fundamentales de la existencia, se siente indefenso y necesitado de tu luz para vencer los arduos desafíos que un ser humano está llamado a afrontar.

Señor Jesucristo, ayuda a estos atletas a ser tus amigos y testigos de tu amor. Ayúdales a poner en la ascesis personal el mismo empeño que ponen en el deporte; ayúdales a realizar una armoniosa y coherente unidad de cuerpo y alma.

Que sean, para cuantos los admiran, modelos a los que puedan imitar. Ayúdales a ser siempre atletas del espíritu, para alcanzar tu inestimable premio: una corona que no se marchita y que dura para siempre. Amén.

PALABRAS HERMOSAS DEL PAPA

Hablando a los participantes del Congreso Eucarístico en Roma, el Papa dijo:
“La misma naturaleza del amor exige opciones de vida definitivas e irrevocables. Me dirijo en particular a Ustedes, queridos jóvenes: no tengan miedo de escoger el amor como regla suprema de vida. No tengan miedo de amar a Cristo en el Sacerdocio y, si en el corazón experimentan la llamada del Señor, síganlo en esta extraordinaria aventura de amor, poniéndose en sus manos con confianza. ¡No tengan miedo de formar familias cristianas que viven el amor fiel, indisoluble y abierto a la vida! Testimonien que el amor, tal y como lo vivió Cristo y lo enseña el Magisterio de la Iglesia, no quita nada a nuestra felicidad, sino que por el contrario da esa alegría profunda que Cristo prometió a sus discípulos
Además, invito a todos a redescubrir la fecundidad de la adoración eucarística: ante el Santísimo Sacramento experimentamos de manera totalmente particular ese "permanecer" de Jesús, que Él mismo, en el Evangelio de Juan, pone como condición necesaria para dar mucho fruto (Cf. Juan 15, 5) y evitar que nuestra acción apostólica quede reducida a un estéril activismo, convirtiéndose más bien en testimonio del amor de Dios
“Podemos decir que "la mejor catequesis sobre la Eucaristía es la misma Eucaristía bien celebrada"
La comunión con Cristo es siempre también comunión con su cuerpo, que es la Iglesia, como recuerda el apóstol Pablo diciendo: "El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Corintios 10,
Cuando recibimos a Cristo, el amor de Dios se expande en nuestra intimidad, modifica radicalmente nuestro corazón y nos hace capaces de gestos que, por la fuerza difusiva del bien, pueden transformar la vida de aquellos que están a lado nuestro.”

domingo, 23 de mayo de 2010

LA ALEGRÍA DE SAN FELIPE NERI

SAN FELIPE NERI
Fue el más alegre de todos los Santos, Sacerdote, ingenioso, músico, poeta, extravagante y humorista. Sí, con la alegría de celebrar el cumpleaños de la Iglesia -Pentecostés- recordaremos la vida de San Felipe Neri.
“El más italiano de los Santos”, como se lo suele apodar, nació en Florencia, en el año 1515. Desde niño se destacaba por su piedad, dulzura y amabilidad. Habiendo quedado huérfano de madre, su padre lo envía a casa de un tío comerciante que no tenía hijos y que pensaba convertirlo en su heredero. Pero pronto Felipe se dio cuenta de que las riquezas le podían impedir el dedicarse a Dios y un día tuvo lo que él llamó su primera conversión: deja a su tío y marcha a Roma. Allí estudia elocuencia, filosofía y vive dando lecciones. Teniendo como alimento diario un pan y un vaso de agua, dedica su vida a enseñar catecismo, a visitar y atender enfermos en los hospitales y a llevar a la gente a las iglesias a rezar y meditar. Roma estaba, por aquellos días, en un estado de ignorancia religiosa y corrupción impresionantes. Por 40 años será el mejor catequista de la ciudad.
En 1458 fundó con los más fervorosos de sus seguidores una cofradía para socorrer a los pobres y para dedicarse a orar y meditar. Con ellos fundó un gran hospital llamado “De la Santísima Trinidad y los peregrinos”. Además difundió la costumbre de las “40 horas” o sea la adoración a Cristo Sacramentado durante ese tiempo, en forma continua.
En el año 1551, ordenado Sacerdote, desea ir a misionar a Asia pero por consejo de su director espiritual, se queda en Roma. Felipe siempre tuvo el don de la alegría. Cuando salía a la calle, enseguida lo rodeaba un coro de chicos con los que nuestro Santo hablaba y reía. Sentía predilección por los más pobres, no sólo niños sino también jóvenes a quienes entretenía con juegos, conciertos, paseos –que bien sabía transformar en peregrinaciones. Los adiestraba en el deporte, la música y la declamación. Pasaba largos ratos con Carlos Borromeo, Camilo de Lellis e Ignacio de Loyola entre otros. A la sombra de los árboles hacía representar a los muchachos comedias para inspirar la virtud y la piedad. Era un verdadero “sembrador de alegría”. San Juan Bosco será uno de sus más fieles imitadores.
A varios enfermos los curó al imponerles las manos. Durante la Santa Misa entraba en éxtasis y muchos veían su rostro resplandeciente de santidad. Muere a los 80 años, dulcemente, impartiendo la bendición a sus sacerdotes.
¡Que el Espíritu Santo nos colme con sus dones para poder testimoniar nuestra fe con la fuerza y la alegría de San Felipe Neri! ¡Que así sea!

domingo, 16 de mayo de 2010

EL PAPA A LOS ENFERMOS EN FÁTIMA

Antes de bendecir a los enfermos con el Santísimo Sacramento, en Fátima, el Papa les dijo: “Queridos enfermos, acojan esta llamada de Jesús que pasará junto a ustedes en el Santísimo Sacramento y entréguenle todas las contrariedades y penas que afrontan, para que se conviertan – según sus designios - en medio de redención para todo el mundo”.
“Hermano mío y hermana mía, tú tienes “un valor tan grande para Dios que se hizo hombre para poder com-padecer(padecer con) Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús”.
“En cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza”. “Con esta esperanza en el corazón, podrás salir de las arenas movedizas de la enfermedad y de la muerte, y permanecer de pie sobre la roca firme del amor divino.
En otras palabras, podrás superar la sensación de la inutilidad del sufrimiento que consume interiormente a las personas y las hace sentirse un peso para los otros, cuando, en realidad, vivido con Jesús, el sufrimiento sirve para la salvación de los hermanos”. “Esto es posible, porque las fuentes de la fuerza divina manan precisamente en medio de la debilidad humana”.
“Jesús dice a cada enfermo: “Ven conmigo. Participa con tu sufrimiento en esta obra de la salvación del mundo, que se realiza mediante mi sufrimiento, por medio de mi Cruz. A medida que abraces tu cruz, uniéndote espiritualmente a la mía, se develará a tus ojos el significado salvífico del sufrimiento. Encontrarás, en medio del sufrimiento, la paz interior e incluso la alegría espiritual”.

MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI PARA LA XLIV JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES


«El sacerdote y la pastoral en el mundo digital:
los nuevos medios al servicio de la Palabra»

[Domingo 16 de mayo de 2010]

Queridos hermanos y hermanas:
El tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales –«El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra»– se inserta muy apropiadamente en el camino del Año Sacerdotal, y pone en primer plano la reflexión sobre un ámbito pastoral vasto y delicado como es el de la comunicación y el mundo digital, ofreciendo al sacerdote nuevas posibilidades de realizar su particular servicio a la Palabra y de la Palabra. Las comunidades eclesiales, han incorporado desde hace tiempo los nuevos medios de comunicación como instrumentos ordinarios de expresión y de contacto con el propio territorio, instaurado en muchos casos formas de diálogo aún de mayor alcance. Su reciente y amplia difusión, así como su notable influencia, hacen cada vez más importante y útil su uso en el ministerio sacerdotal.

La tarea primaria del sacerdote es la de anunciar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, y comunicar la multiforme gracia divina que nos salva mediante los Sacramentos. La Iglesia, convocada por la Palabra, es signo e instrumento de la comunión que Dios establece con el hombre y que cada sacerdote está llamado a edificar en Él y con Él. En esto reside la altísima dignidad y belleza de la misión sacerdotal, en la que se opera de manera privilegiada lo que afirma el apóstol Pablo: «Dice la Escritura: “Nadie que cree en Él quedará defraudado”… Pues “todo el que invoca el nombre del Señor se salvará”. Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo si no creen en Él? ¿Cómo van a creer si no oyen hablar de Él? ¿Y cómo van a oír sin alguien que les predique? ¿Y cómo van a predicar si no los envían?» (Rm 10,11.13-15).

Las vías de comunicación abiertas por las conquistas tecnológicas se han convertido en un instrumento indispensable para responder adecuadamente a estas preguntas, que surgen en un contexto de grandes cambios culturales, que se notan especialmente en el mundo juvenil. En verdad el mundo digital, ofreciendo medios que permiten una capacidad de expresión casi ilimitada, abre importantes perspectivas y actualiza la exhortación paulina: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16). Así pues, con la difusión de esos medios, la responsabilidad del anuncio no solamente aumenta, sino que se hace más acuciante y reclama un compromiso más intenso y eficaz. A este respecto, el sacerdote se encuentra como al inicio de una «nueva historia», porque en la medida en que estas nuevas tecnologías susciten relaciones cada vez más intensas, y cuanto más se amplíen las fronteras del mundo digital, tanto más se verá llamado a ocuparse pastoralmente de este campo, multiplicando su esfuerzo para poner dichos medios al servicio de la Palabra.

Sin embargo, la creciente multimedialidad y la gran variedad de funciones que hay en la comunicación, pueden comportar el riesgo de un uso dictado sobre todo por la mera exigencia de hacerse presentes, considerando internet solamente, y de manera errónea, como un espacio que debe ocuparse. Por el contrario, se pide a los presbíteros la capacidad de participar en el mundo digital en constante fidelidad al mensaje del Evangelio, para ejercer su papel de animadores de comunidades que se expresan cada vez más a través de las muchas «voces» surgidas en el mundo digital. Deben anunciar el Evangelio valiéndose no sólo de los medios tradicionales, sino también de los que aporta la nueva generación de medios audiovisuales (foto, vídeo, animaciones, blogs, sitios web), ocasiones inéditas de diálogo e instrumentos útiles para la evangelización y la catequesis.

El sacerdote podrá dar a conocer la vida de la Iglesia mediante estos modernos medios de comunicación, y ayudar a las personas de hoy a descubrir el rostro de Cristo. Para ello, ha de unir el uso oportuno y competente de tales medios –adquirido también en el período de formación– con una sólida preparación teológica y una honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su constante diálogo con el Señor. En el contacto con el mundo digital, el presbítero debe trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios, su corazón de consagrado que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es propio, sino al continuo flujo comunicativo de la «red».

También en el mundo digital, se debe poner de manifiesto que la solicitud amorosa de Dios en Cristo por nosotros no es algo del pasado, ni el resultado de teorías eruditas, sino una realidad muy concreta y actual. En efecto, la pastoral en el mundo digital debe mostrar a las personas de nuestro tiempo y a la humanidad desorientada de hoy que «Dios está cerca; que en Cristo todos nos pertenecemos mutuamente» (Discurso a la Curia romana para el intercambio de felicitaciones navideñas, 21 diciembre 2009).

¿Quién mejor que un hombre de Dios puede desarrollar y poner en práctica, a través de la propia competencia en el campo de los nuevos medios digitales, una pastoral que haga vivo y actual a Dios en la realidad de hoy? ¿Quién mejor que él para presentar la sabiduría religiosa del pasado como una riqueza a la que recurrir para vivir dignamente el hoy y construir adecuadamente el futuro? Quien trabaja como consagrado en los medios, tiene la tarea de allanar el camino a nuevos encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto humano y la atención a las personas y a sus auténticas necesidades espirituales. Le corresponde ofrecer a quienes viven éste nuestro tiempo «digital» los signos necesarios para reconocer al Señor; darles la oportunidad de educarse para la espera y la esperanza, y de acercarse a la Palabra de Dios que salva y favorece el desarrollo humano integral. La Palabra podrá así navegar mar adentro hacia las numerosas encrucijadas que crea la tupida red de autopistas del ciberespacio, y afirmar el derecho de ciudadanía de Dios en cada época, para que Él pueda avanzar a través de las nuevas formas de comunicación por las calles de las ciudades y detenerse ante los umbrales de las casas y de los corazones y decir de nuevo: «Estoy a la puerta llamando. Si alguien oye y me abre, entraré y cenaremos juntos» (Ap 3, 20).

En el Mensaje del año pasado animé a los responsables de los procesos comunicativos a promover una cultura de respeto por la dignidad y el valor de la persona humana. Ésta es una de las formas en que la Iglesia está llamada a ejercer una «diaconía de la cultura» en el «continente digital». Con el Evangelio en las manos y en el corazón, es necesario reafirmar que hemos de continuar preparando los caminos que conducen a la Palabra de Dios, sin descuidar una atención particular a quien está en actitud de búsqueda. Más aún, procurando mantener viva esa búsqueda como primer paso de la evangelización. Así, una pastoral en el mundo digital está llamada a tener en cuenta también a quienes no creen y desconfían, pero que llevan en el corazón los deseos de absoluto y de verdades perennes, pues esos medios permiten entrar en contacto con creyentes de cualquier religión, con no creyentes y con personas de todas las culturas. Así como el profeta Isaías llegó a imaginar una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56,7), quizá sea posible imaginar que podamos abrir en la red un espacio –como el «patio de los gentiles» del Templo de Jerusalén– también a aquéllos para quienes Dios sigue siendo un desconocido.

El desarrollo de las nuevas tecnologías y, en su dimensión más amplia, todo el mundo digital, representan un gran recurso para la humanidad en su conjunto y para cada persona en la singularidad de su ser, y un estímulo para el debate y el diálogo. Pero constituyen también una gran oportunidad para los creyentes. Ningún camino puede ni debe estar cerrado a quien, en el nombre de Cristo resucitado, se compromete a hacerse cada vez más prójimo del ser humano. Los nuevos medios, por tanto, ofrecen sobre todo a los presbíteros perspectivas pastorales siempre nuevas y sin fronteras, que lo invitan a valorar la dimensión universal de la Iglesia para una comunión amplia y concreta; a ser testigos en el mundo actual de la vida renovada que surge de la escucha del Evangelio de Jesús, el Hijo eterno que ha habitado entre nosotros para salvarnos. No hay que olvidar, sin embargo, que la fecundidad del ministerio sacerdotal deriva sobre todo de Cristo, al que encontramos y escuchamos en la oración; al que anunciamos con la predicación y el testimonio de la vida; al que conocemos, amamos y celebramos en los sacramentos, sobre todo en el de la Santa Eucaristía y la Reconciliación.

Queridos sacerdotes, os renuevo la invitación a asumir con sabiduría las oportunidades específicas que ofrece la moderna comunicación. Que el Señor os convierta en apasionados anunciadores de la Buena Noticia, también en la nueva «ágora» que han dado a luz los nuevos medios de comunicación.

Con estos deseos, invoco sobre vosotros la protección de la Madre de Dios y del Santo Cura de Ars, y con afecto imparto a cada uno la Bendición Apostólica.

Vaticano, 24 de enero 2010, Fiesta de San Francisco de Sales.

BENEDICTUS PP. XVI

miércoles, 28 de abril de 2010

NUEVAS VOCACIONES SACERDOTALES, RESULTADO DE ESFUERZOS DE COLABORACIÓN

Los obispos de EEUU lanzan una web de promoción vocacional
WASHINGTON, D.C., miércoles 21 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Un estudio sobre candidatos a ser ordenados sacerdotes este año muestra que las vocaciones son resultado de la colaboración entre el clero, las familias y todo el Pueblo de Dios.

La Conferencia Episcopal de los Estados Unidos informó el 16 de abril sobre The Class of 2010: Survey of Ordinands to the Priesthood [La clase de 2010: Encuesta de los que van a ser ordenados sacerdotes].

Se trata de un proyecto de investigación anual encargado por la conferencia episcopal y realizado por el Centro de Investigación Aplicada al Apostolado, de la Universidad Georgetown.

“La mayoría de los que van a ser ordenados han sido católicos desde su nacimiento”, explica el presidente de la Comisión del clero, vida consagrada y vocaciones de la conferencia episcopal, el cardenal Sean O'Malley de Boston.

Y continua: “Cuatro de cada cinco informa de que sus dos padres son católicos; casi ocho de cada diez fueron animados por un sacerdote a considerar el sacerdocio”.

“Esto habla de la función esencial que el conjunto de la Iglesia debe desempeñar en la promoción de las vocaciones”, afirma.

El cardenal destaca que casi tres cuartas partes de la clase de este año afirmaa haber servido antes como monaguillos, lectores, ministros de la Eucaristía o como otro ministro parroquial.

“Una tendencia importante evidente en este estudio es la importancia de una formación permanente y un compromiso en la fe católica”, señala.

Un 92% de los hombres ha tenido un trabajo a tiempo completo -el ámbito de la educación es el más extendido- antes de entrar al seminario.

Tres de cada cinco hombres que van a ser ordenados ha completado estudios universitarios antes de entrar al seminario , y uno de cada cinco también ha recibido un título de posgrado.

Una tercera parte de ellos entró en el seminario cuando estaba en la universidad. Como promedio, informan haber considerado la vocación religiosa cuando tenían 18 años.

Familia

El hombre más joven que se va a ordenar este año tiene 25 años, y once de ellos tienen 65 años o más.

Un 37% de los que van a recibir la ordenación sacerdotal tienen un pariente sacerdote o religioso.

Dos tercios de la clase señalan que rezaban regularmente el rosario y participaban en adoraciones Eucarísticas antes de entrar en el seminario.

La mayoría de ellos tiene más de dos hermanos, y un 24% dicen tener cinco o más hermanos y hermanas.

Un 70% de los que van a ser ordenados son caucásicos/europeos/americanos/blancos, mientras que el 13% dicen ser hispanos/latinos, y el 10%, asiáticos o de las islas del Pacífico.

Casi un tercio de la clase nació fuera de los Estados Unidos, la mayoría viene de México, Colombia, Filipinas, Polonia y Vietnam.

La encuesta se envió a 440 candidatos al sacerdocio. Fue devuelta por 291 hombres que van a ser ordenados sacerdotes diocesanos y por 48 que pertenecen a órdenes religiosas.

La conferencia episcopal ha publicado todo el informe en su página web, así como en una nueva web dedicada a la promoción de las vocaciones.

La conferencia de obispos lanzará la nueva web este domingo 25 de abril, Domingo del Buen Pastor y Día Mundial de Oración por las Vocaciones.

Contiene recursos para ayudar a hombres y mujeres a discernir su vocación, también para padres, educadores y promotores vocacionales.

domingo, 18 de abril de 2010

"OS TOCA A VOSOTROS RESPONDER" JUAN PABLO II


OS TOCA A VOSOTROS RESPONDER

Os hablo particularmente a vosotros, jóvenes. Más bien, quisiera hablar con vosotros, con cada uno de vosotros. Me sois muy queridos y tengo gran confianza en vosotros. Os he llamado esperanza de la Iglesia y mi esperanza. Recordemos algunas cosas juntos. En el tesoro del Evangelio se conservan las hermosas respuestas dadas al Señor que llamaba...

Desde los tiempos de la primera proclamación del Evangelio hasta nuestros días un grandísimo número de hombres y mujeres ha dado su respuesta personal, su libre y consciente respuesta a Cristo que llama. Han elegido el sacerdocio, la vida religiosa, la vida misionera, como objetivo ideal de su existencia. Han servido al Pueblo de Dios y a la humanidad con fe, con inteligencia, con valentía, con amor. Ha llegado vuestra hora. Os toca a vosotros responder. ¿Acaso tenéis miedo?

Reflexionemos, pues, juntos a la luz de la fe. Nuestra vida es un don de Dios. Debemos hacer algo bueno. Hay muchas maneras de gastar la vida poniéndola al servicio de ideales humanos y cristianos. Si hoy os hablo de consagración total a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa y en la vida misionera, es porque Cristo llama a muchos de vosotros a esta extraordinaria aventura. Él necesita, quiere tener necesidad de vuestras personas, de vuestra inteligencia, de vuestras energías, de vuestra fe, de vuestro amor, de vuestra santidad. Si Cristo os llama al sacerdocio es porque Él quiere ejercer su sacerdocio por medio de vuestra consagración y misión sacerdotal. Quiere hablar a los hombres con vuestra voz. Consagrar la Eucaristía y perdonar los pecados a través de vosotros. Amar con vuestro corazón. Ayudar con vuestras manos. Salvar con vuestra fatiga. Pensadlo bien. La respuesta que muchos de vosotros pueden dar está dirigida personalmente a Cristo que os llama a estas grandes cosas.

Encontraréis dificultades. ¿Creéis que no las conozco? Os digo que el amor puede vencer cualquier dificultad. La verdadera respuesta a cada vocación es obra del amor. La respuesta a la vocación sacerdotal, religiosa, misionera, puede surgir solamente de un profundo amor a Cristo. Esta fuerza de amor os la ofrece Él mismo, como don que se añade al don de su llamada y que hace posible vuestra respuesta. Tened confianza en Aquel que es poderoso para hacer que abundemos copiosamente más de lo que pedimos o pensamos (Ef. 3, 20). Y, si podéis, dad vuestra vida, con alegría, sin miedo a Él que dio antes la suya por vosotros.

JUAN PABLO II
Discurso del 6 de enero de 1979

jueves, 11 de marzo de 2010

LA PATRIA ES UN DON, LA NACIÓN UNA TAREA

Declaración de la 155º Comisión Permanente del la Conferencia Episcopal Argentina

1. La celebración del Bicentenario merece un clima social y espiritual distinto al que estamos viviendo. Urge recrear las condiciones políticas e institucionales que nos permitan superar el estado de confrontación permanente que profundiza nuestros males. La situación actual requiere una actitud de grandeza de parte de todos los argentinos, en particular de sus dirigentes. También nosotros, como pastores, nos sentimos interpelados por esta situación y no nos excluimos del examen de conciencia que se debe hacer.
2. La que sufre es la Nación toda; no es momento para victimizarnos ni para procurar ventajas sectoriales. “Aunque a veces lo perdamos de vista, la calidad de vida de las personas está fuertemente vinculada a la salud de las instituciones de la Constitución cuyo deficiente funcionamiento produce un alto costo social”1 . La calidad institucional es el camino más seguro para lograr la inclusión de todos en la comunidad nacional. Por eso, es necesario que los poderes del Estado, de acuerdo a su naturaleza, actúen respetando su legítima autonomía y complementándose en el servicio al bien común.


3. Si toda la Nación sufre, más duramente sufren los pobres. Este es un reclamo del cual nos volvemos a hacer eco, porque se trata de una deuda que sigue vigente, y que se lee “en los rostros de miles de hermanos que no llegan a vivir conforme a su dignidad de hijos de Dios”2 . Por ello, es el momento de privilegiar la sanción de leyes que respondan a las necesidades reales de nuestro pueblo, y no de detenerse en opciones fijadas por intereses que no tienen en cuenta la naturaleza de la persona humana, de la familia y de la sociedad.

4. La Patria es un don que hemos recibido, la Nación una tarea que nos convoca y compromete nuestro esfuerzo. Asumir esta misión con espíritu fraterno y solidario es el mejor modo de celebrar el Bicentenario de nuestra Patria.

5. Los cristianos invitamos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a unirse a nosotros en la oración para invocar al Señor, que es la fuerza de su pueblo, y a pedirle por nuestra querida Patria argentina: “Salva a tu pueblo y bendice a tu herencia; apaciéntalos y sé su guía para siempre”3 . Una vez más ponemos estos deseos y esperanzas en las manos de Nuestra Madre de Luján.

155º Comisión Permanente
Buenos Aires, 10 de marzo de 2010

HOMOSEXUALES Y LA IGLESIA

No es raro que en los medios de comunicación se critique a la Iglesia por su supuesta posición contra los homosexuales. Pero son pocos los que ahondan y ven más allá del sensacionalismo: que la Iglesia no tiene nada contra las personas.
Un buen botón de muestra viene de África: los obispos de Uganda criticaron un proyecto de ley que prevé duras penas (en algún caso, la pena de muerte), contra los homosexuales. Ha sido, pues, la Iglesia la que se ha levantado contra esta posición, mostrando claramente que la Iglesia no condena a los homosexuales en sí, sino que incluso los defiende si es el caso.
Tal vez la mejor manera de entender la posición católica sobre este punto son los documentos que la Iglesia ha ido emitiendo a lo largo de los años: los números del Catecismo (2357-2359); la carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 1 de octubre de 1986, sobre la atención pastoral a las personas con tendencias homosexuales; y, del mismo dicasterio vaticano, el documento sobre algunas consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (3 de junio de 2003), por mencionar los más importantes. Sería muy largo desarrollar todos los puntos; bastaría subrayar tres imprescindibles:

1. Es necesario hacer la distinción entre «tendencia homosexual y actos homosexuales» (Atención pastoral a las personas homosexuales, 1 de octubre de 1986). Si bien los primeros no son pecados en sí, «constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral» (Idem, n. 3).

2. Los hombres y mujeres con tendencias homosexuales deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2358; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1 de octubre de 1986, n. 12), pero esto no significa que se pueda aprobar la práctica abierta del homosexualismo, cuyos actos son intrínsecamente desordenados, pues «cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2357).

3. Este mismo respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación de la legalización de las uniones homosexuales. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial entre un hombre y una mujer como base de la familia, célula primaria de la sociedad. «Reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. La Iglesia no puede dejar de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad» (Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, n. 11).
Habría mucho más que decir, pero estas breves líneas pueden dejar claras las premisas para cuando alguien desee opinar, de manera arbitraria, sobre la posición de la Iglesia en este campo. Después de todo, la Iglesia, que es Madre, ama a todos y desea que sus hijos sean felices aquí en la tierra y, al final de la vida, lleguen a la auténtica y verdadera meta: el abrazo eterno con Dios.

Por Adán López, L.C.

martes, 9 de marzo de 2010

DOMINGO SAVIO: RASGOS DE SU SANTIDAD



Perfil de su niñez:
Una vida en la presencia de Dios, a quien sentía vivo y presente en todo momento. Algunos ejemplos: Se levanta de la mesa y no quiere comer porque un invitado se sienta y empieza a comer sin rezar antes. Los domingos es el primero en llegar a la iglesia, y si la encuentra cerrada se arrodilla junto a la puerta para rezar, haya buen tiempo o esté nevando; y luego su mayor alegría es poder hacer de monaguillo en la santa misa; y su compostura durante la oración es objeto de admiración de los que lo ven: manos juntas, ojos fijos en el sagrario, absorto en la presencia de Jesús. Al recorrer solo y a pie, entre matorrales, los 18 kilómetros para ir diariamente a la escuela, un tío le pregunta: ¿No tienes miedo de ir solo? La respuesta de Domingo, de 10 años, no se hace esperar: “Yo no estoy solo; me acompaña el Ángel de la Guarda”.

El amor personal a Cristo y a su Madre: Esta vida en la presencia de Dios es puesta en evidencia desde su temprana Primera Comunión, con aquel propósito que es la clave de otros tres: “Mis amigos serán Jesús y María”. Los otros tres (Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada Comunión siempre que el confesor me lo permita; Quiero santificar los días de fiesta; Y Antes morir que pecar) los hizo como medios para mantener y acrecentar dicha amistad. Las lágrimas que vierte tienen su fuente en este precoz concepto del pecado: así por ejemplo pide perdón a su mamá en vísperas de su Primera Comunión; pide perdón cuando cree haber herido su amistad con Cristo por haber cedido ante la invitación de algunos compañeros a darse un baño en un arroyo, motivo por el que lloró repetidamente, y no cedió nunca más a otras invitaciones, como cuando lo invitaban a “hacerse la rabona” y no concurrir a la escuela. Por eso decide elegir a amigos que no le impidan mantener su amistad con Jesús y con la Virgen María.

El cumplimiento heroico del humilde deber cotidiano: A sus padres no les daba sino “satisfacciones”. Para ir a la escuela recorría, con sus 10 años de edad, 18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo. Domingo era un chico de recia voluntad, sostenida por la gracia de la amistad con Jesús y María. Don Bosco escribe: “Domingo no se ha hecho notorio en los primeros tiempos del Oratorio por cosa alguna, fuera de su perfecta docilidad y de una exacta observancia de las reglas de la casa…y una exactitud en el cumplimiento de sus deberes más allá de la cual no sería fácil llegar”. A este respecto, cierta vez sus compañeros pupilos notaron que Domingo faltaba en el almuerzo; lo buscaron en vano; le dijeron a Don Bosco, y él fue a la iglesia donde por la mañana había participado en la Misa y había comulgado, y allí lo encontró junto al altar, inmóvil, con los ojos fijos en el Sagrario desde hacía 7 horas; lo llamó por su nombre y nada, tuvo que tocarlo en el hombro para que se diera cuenta; y al enterarse de que ya estaban almorzando pidió humildemente perdón a Don Bosco por la trasgresión a las reglas de la casa.

Con sus compañeros sobresale en dos actitudes: rechaza aprobarlos y seguirlos en sus comportamientos reprensibles; pero por otro lado irradia simpatía y “es la delicia de ellos”, a tal punto que acepta en lugar de quienes lo han acusado falsamente, un humillante castigo. Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.

Perfil de su adolescencia:
La edad de la adolescencia: se caracteriza por la inestabilidad, que Domingo supo domarla a fuerza de dominio de sí mismo y de docilidad a las directivas de Don Bosco, y más que nada con su habitual recogimiento en Dios. Y las otras características propias de esta edad también las puso al servicio de su santidad de adolescente: afirmación de sí mismo, llamado a grandes horizontes, fervor de sentimiento. Esto se hace evidente en el exaltante descubrimiento y en el apasionado deseo de la santidad (“¡Yo quiero hacerme santo!”), en su viva ternura demostrada para con la Virgen María, como también con sus amigos más íntimos, en su voluntad de acción, de dominio, de construcción de alguna “obra” (funda la Compañía de La Inmaculada: grupo de compañeros buenos que se comprometen a ayudarse mutuamente y a ayudar a Don Bosco en la educación de los chicos del Oratorio, que los había artesanos rústicos y jóvenes burgueses y aristocráticos, chicos que se peleaban a pedradas, que faltaban a clase, que tenían costumbres de blasfemar, que con placer se entretenían con revistas pornográficas, que no se hacían problemas de tomar a golpes de puño y puntapiés a los otros, que se enfurecían por nada). En medio de éstos es como Domingo ha vivido y ha construido su santidad: con cuatro viajes diarios por las calles de Turín para ir a la escuela; con un Reglamento y un horario de Internado cristiano. En resumen, se halla inmerso en nuestro mundo moderno (aunque no hay todavía bicicletas y televisores), metido en todo aquello que aún hoy es la sustancia de la vida de un estudiante de 15 años.

Aparecen turbaciones y arranques bruscos, como el endurecimiento para consigo que sigue al descubrimiento de que la santidad es posible, las dudas de conciencia que lo llevan a querer confesarse cada tres o cuatro días, el ansia de penitencias extraordinarias (“¡para unirme –dice- a los sufrimientos de Jesús en la cruz!”). También aparece lo trágico de algunas circunstancias: el desgarrón hiriente de sus truncadas amistades, la alarma por su endeble salud, la dolorosa partida del Oratorio… Todo esto hace de Domingo un verdadero y simpático adolescente. Un santo “joven estudiante”.

La presencia de un guía: La adolescencia es una etapa de conquista de la personalidad, a la vez que de gran necesidad de guía y formación individual. Domingo tuvo la suerte de encontrar un guía espiritual en Don Bosco y de saber aprovecharlo. Y así se encuentran la generosidad de un adolescente con la luz de un verdadero sacerdote amigo del alma. Cuando llegó al Oratorio leyó el cartel puesto sobre la puerta del cuarto de Don Bosco: “¡Denme almas, y llévense lo demás!”; y con espontaneidad le dijo: “Don Bosco, aquí se trata de un negocio, la salvación de las almas. Pues bien, yo seré la tela y usted será el sastre. Haga de mí un hermoso traje para el Señor”. A esta docilidad en dejarse guiar, atribuye Don Bosco la orientación de Domingo hacia su santidad de estudiante. En este contexto aparece la función decisiva de la Confesión frecuente. Así va descubriendo el misterio de la redención: Jesús es comprendido como el Salvador; María como La Inmaculada y La Dolorosa. Su alma y la de sus compañeros deben ser salvadas…a través del misterio de la cruz.

Su devoción a la Virgen María: La estadía con Don Bosco coincide con el acontecimiento mundial de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Como santo “adolescente”, Domingo es el fruto de aquel 8 de diciembre de 1854. En ese día hace una confesión general, y delante del altar de la Inmaculada se consagra personalmente a Ella. De aquí en adelante ve a María con su rostro de “Inmaculada”, y su propósito de la Primera Comunión adquiere una nueva dimensión: “el pecado al que preferirá la muerte es ahora, de manera más precisa, la impureza”. Los esfuerzos heroicos de adolescente para conservar intacta su pureza, especialmente con el control de los ojos, se deben a su gran devoción hacia La Inmaculada vivida con espíritu caballeresco y con ardiente ternura. Había días que terminaba con dolor de cabeza, por el esfuerzo de controlar la curiosidad y no mirar cosas que perturbaban su alma limpia y ponían en peligro su amistad con Jesús y María, exponiéndolo a dejarse llevar por pensamientos y deseos impuros (tan comunes en esa edad).

También contempla a la Virgen con su rostro de “Dolorosa”: todos los miércoles hace la comunión en su honor y por la conversión de los pecadores; cada viernes se hace acompañar por algunos compañeros para rezar en la capilla la Corona de los Siete Dolores; más de una vez es visto en extática oración ante el altarcito del dormitorio, donde campea una imagen de la Dolorosa; cada sábado hubiera querido ayunar a pan y agua por Ella (Don Bosco no le permite esto último).

Esta doble devoción es la inspiradora de su apostolado, especialmente en la Compañía de la Inmaculada, que exige de sus miembros una verdadera consagración de sí mismos a María.

Algunos años después de su muerte se aparece a Don Bosco en uno de sus famosos sueños. Éste le pregunta: “Domingo, ¿qué es lo que más te consoló en el momento de tu muerte?”. Y la respuesta de Domingo: “La asistencia de la poderosa y amable Madre del Salvador”.

Su amor a Jesús. La misa y la comunión cotidiana (cuyos efectos se prolongan a través de frecuentes visitas a la capilla que está junto al patio de juegos), enseñan a Domingo a considerarlo como Salvador de su alma y de la de sus compañeros. Su odio por el pecado crece a medida que comprende el precio que por él ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu de penitencia lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús, por ejemplo cuando es calumniado, cuando se cubre con una sola frazada en pleno invierno o pone piedritas entre las sábanas (al enterarse Don Bosco le prohíbe esta penitencia), cuando transforma sus sabañones en llagas, cuando se le suministran medicinas amargas… Su celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente: quiere impedir o reparar el pecado porque arruina el fruto de la sangre de Cristo, y quiere hacer el bien a sus compañeros para asegurar el fruto de esta sangre divina. Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros, interponiéndose entre ellos con un crucifijo en la mano y pidiendo que arrojen la primera piedra contra él; el de narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer bien la señal de la cruz durante los tiempos de recreo... (su preocupación era atender de modo particular a los compañeros díscolos, a los recién llegados al Oratorio y a los solitarios, a los compañeros de clase con dificultades y a los enfermos).

Obsesión por la santidad en la alegría: A partir de una predicación de Don Bosco sobre la santidad se desata en su alma una verdadera efervescencia. Realiza un gran descubrimiento: ¡Dios le quiere santo! Y da su explicación: “Yo quiero entregarme todo al Señor. Yo debo y quiero pertenecer todo al Señor”. Por un momento Domingo piensa imitar a los santos en sus prácticas de penitencia y en unas prolongadas y extraordinarias prácticas de piedad. Pero aquí interviene su guía espiritual Don Bosco: “Domingo, lo que Dios quiere de ti, como adolescente, es que cumplas siempre bien tus deberes de estudiante, trates de hacer el bien a tus compañeros y estés siempre alegre”. Y cosa maravillosa: este nuevo impulso de querer ser santo y de que es posible lograrlo, le proporciona una profunda alegría, y de tal modo la suscita que la alegría viene a definir esta santidad tan salesiana y juvenil: “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres, haciendo bien las cosas que tenemos que hacer, porque Jesús lo quiere”.

viernes, 5 de marzo de 2010

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO DE JUAN PABLO II


Compuesta con ocasión del segundo año de preparación al Jubileo del año 2000.


Espíritu Santo, dulce huésped del alma, muéstranos el sentido profundo del gran Jubileo y prepara nuestro espíritu para celebrarlo con la fe, en la esperanza que no defrauda, en la caridad que no espera recompensa.

Espíritu de verdad, que conoces las profundidades de Dios, memoria y profecía de la Iglesia, dirige la Humanidad para que reconozca en Jesús de Nazaret el Señor de la gloria, el Salvador del mundo, la culminación de la Historia.

Ven, Espíritu de amor y de paz.

Espíritu creador, misterioso artífice del Reino, guía la Iglesia con la fuerza de tus santos dones para cruzar con valentía el umbral del nuevo milenio y llevar a las generaciones venideras la luz de la Palabra que salva.

Espíritu de santidad, aliento divino que mueve el universo, ven y renueva la faz de la tierra. Suscita en los cristianos el deseo de la plena unidad, para ser verdaderamente en el mundo signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano.

Ven, Espíritu de amor y de paz.

Espíritu de comunión, alma y sostén de la Iglesia, haz que la riqueza de los carismas y ministerios contribuya a la unidad del Cuerpo de Cristo, y que los laicos, los consagrados y los ministros ordenados colaboren juntos en la edificación del único Reino de Dios.

Espíritu de consuelo, fuente inagotable de gozo y de paz, suscita solidaridad para con los necesitados, da a los enfermos el aliento necesario, infunde confianza y esperanza en los que sufren, acrecienta en todos el compromiso por un mundo mejor.

Ven, Espíritu de amor y de paz.

Espíritu de sabiduría, que iluminas la mente y el corazón, orienta el camino de la ciencia y la técnica al servicio de la vida, de la justicia y de la paz. Haz fecundo el diálogo con los miembros de otras religiones. y que las diversas culturas se abran a los valores del Evangelio.

Espíritu de vida, por el cual el Verbo se hizo carne en el seno de la Virgen, mujer del silencio y de la escucha, haznos dóciles a las muestras de tu amor y siempre dispuestos a acoger los signos de los tiempos que Tú pones en el curso de la Historia.

Ven, Espíritu de amor y de paz.

A Ti, Espíritu de amor, junto con el Padre omnipotente y el Hijo unigénito, alabanza, honor y gloria por los siglos de los siglos.

Amén.

FUENTE: www.aciprensa.com

sábado, 6 de febrero de 2010

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA XVIII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo 11 de febrero, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, se celebrará en la basílica vaticana la XVIII Jornada mundial del enfermo. La feliz coincidencia con el 25° aniversario de la institución del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios constituye un motivo más para agradecer a Dios el camino recorrido hasta ahora en el sector de la pastoral de la salud. Deseo de corazón que ese aniversario sea ocasión para un celo apostólico más generoso al servicio de los enfermos y de quienes cuidan de ellos.

Cada año, con la Jornada mundial del enfermo, la Iglesia quiere sensibilizar a toda la comunidad eclesial sobre la importancia del servicio pastoral en el vasto mundo de la salud, un servicio que es parte integrante de su misión, ya que se inscribe en el surco de la misma misión salvífica de Cristo. Él, Médico divino, "pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo" (Hch 10, 38). En el misterio de su pasión, muerte y resurrección, el sufrimiento humano encuentra sentido y la plenitud de la luz. En la carta apostólica Salvifici doloris, el siervo de Dios Juan Pablo II tiene palabras iluminadoras al respecto: "El sufrimiento humano —escribió— ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unido al amor (...), a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su origen. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva" (n. 18).

El Señor Jesús en la última Cena, antes de volver al Padre, se inclinó para lavar los pies a los Apóstoles, anticipando el acto supremo de amor de la cruz. Con ese gesto invitó a sus discípulos a entrar en su misma lógica, la del amor que se da especialmente a los más pequeños y a los necesitados (cf. Jn 13, 12-17). Siguiendo su ejemplo, todo cristiano está llamado a revivir, en contextos distintos y siempre nuevos, la parábola del buen Samaritano, el cual, pasando al lado de un hombre al que los ladrones dejaron medio muerto al borde del camino, "al verlo tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva"" (Lc 10, 33-35).

Al final de la parábola, Jesús dice: "Ve y haz tú lo mismo" (Lc 10, 37). Con estas palabras se dirige también a nosotros. Nos exhorta a inclinarnos sobre las heridas del cuerpo y del espíritu de tantos hermanos y hermanas nuestros que encontramos por los caminos del mundo; nos ayuda a comprender que, con la gracia de Dios acogida y vivida en la vida de cada día, la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento puede llegar a ser escuela de esperanza. En verdad, como afirmé en la encíclica Spe salvi, "lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que sufrió con amor infinito" (n. 37).

Ya el concilio ecuménico Vaticano II recordaba la importante tarea de la Iglesia de ocuparse del sufrimiento humano. En la constitución dogmática Lumen gentium leemos que como "Cristo fue enviado por el Padre "para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para sanar a los de corazón destrozado" (Lc 4, 18), "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10); de manera semejante la Iglesia abraza con amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador, pobre y sufriente, se preocupa de aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo" (n. 8).

Esta acción humanitaria y espiritual de la comunidad eclesial en favor de los enfermos y los que sufren a lo largo de los siglos se ha expresado en múltiples formas y estructuras sanitarias también de carácter institucional. Quisiera recordar aquí las gestionadas directamente por las diócesis y las que han nacido de la generosidad de varios institutos religiosos. Se trata de un valioso "patrimonio" que responde al hecho de que "el amor necesita también una organización, como presupuesto para un servicio comunitario ordenado" (Deus caritas est, 20). La creación del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, hace veinticinco años, forma parte de esa solicitud eclesial por el mundo de la salud. Y debo añadir que, en el actual momento histórico-cultural, se siente todavía más la exigencia de una presencia eclesial atenta y generalizada al lado de los enfermos, así como de una presencia en la sociedad capaz de transmitir de manera eficaz los valores evangélicos para la defensa de la vida humana en todas sus fases, desde su concepción hasta su fin natural.

Quisiera retomar aquí el Mensaje a los pobres, a los enfermos y a todos los que sufren, que los padres conciliares dirigieron al mundo al final del concilio ecuménico Vaticano II: "Vosotros que sentís más el peso de la cruz —dijeron— (...), vosotros que lloráis (...), vosotros los desconocidos del dolor, tened ánimo: vosotros sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; vosotros sois los hermanos de Cristo sufriente y con él, si queréis, salváis al mundo" (Concilio Vaticano II. Constituciones. Decretos. Declaraciones. BAC, Madrid 1966, p. 845). Agradezco de corazón a las personas que cada día "realizan un servicio para con los que están enfermos y los que sufren", haciendo que "el apostolado de la misericordia de Dios, al que se dedican, responda cada vez mejor a las nuevas exigencias" (Juan Pablo II, constitución apostólica Pastor bonus, art. 152).

En este Año sacerdotal mi pensamiento se dirige en particular a vosotros, queridos sacerdotes, "ministros de los enfermos", signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a todo hombre marcado por el sufrimiento. Os invito, queridos presbíteros, a no escatimar esfuerzos para prestarles asistencia y consuelo. El tiempo transcurrido al lado de quien se encuentra en la prueba es fecundo en gracia para todas las demás dimensiones de la pastoral. Me dirijo por último a vosotros, queridos enfermos, y os pido que recéis y ofrezcáis vuestros sufrimientos por los sacerdotes, para que puedan mantenerse fieles a su vocación y su ministerio sea rico en frutos espirituales, para el bien de toda la Iglesia.

Con estos sentimientos, imploro para los enfermos, así como para los que los asisten, la protección maternal de María, Salus infirmorum, y a todos imparto de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 22 de noviembre de 2009, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.

sábado, 23 de enero de 2010

SANTA MARIA GORETTI, UN EJEMPLO DE PUREZA PARA TODO EL MUNDO


Un ejemplo que debe ser permanente
En la homilía pronunciada por el papa Pío XII en la festividad de Santa María Goretti como mártir el 6 de julio de 1959, entresacamos unos párrafos: «De todo el mundo es conocida la lucha con que tuvo que enfrentarse, indefensa, esta virgen; una turbia y ciega tempestad se alzó de pronto contra ella, pretendiendo manchar y violar su angélico candor. (...) Fortalecida por la gracia del cielo, a la que respondió con una voluntad fuerte y generosa, entregó su vida sin perder la gloria de la virginidad.
»En la vida de esta humilde doncella, tal cual la hemos resumido en breves trazos, podemos contemplar un espectáculo no sólo digno del cielo, sino digno también de que lo miren, llenos de admiración y veneración, los hombres de nuestro tiempo. Aprendan los padres y madres de familia cuán importante es el que eduquen a los hijos que Dios les ha dado en la rectitud, la santidad y la fortaleza, en la obediencia a los preceptos de la religión católica, para que, cuando su virtud se halle en peligro, salgan de él victoriosos, íntegros y puros, con la ayuda de la gracia divina. Aprenda la alegre niñez, aprenda la animosa juventud a no abandonarse lamentablemente a los placeres efímeros y vanos, a no ceder ante la seducción del vicio, sino, por el contrario, a luchar con firmeza, por muy arduo y difícil que sea el camino que lleva a la perfección cristiana, perfección a la que todos podemos llegar tarde o temprano con nuestra fuerza de voluntad, ayudada por la gracia de Dios, esforzándonos, trabajando y orando.
»No todos estamos llamados a sufrir el martirio, pero sí estamos todos llamados a la consecución de esta virtud cristiana. Pero esta virtud requiere una fortaleza que, aunque no llegue a igualar el grado cumbre de esta angelical doncella, exige, no obstante, un largo, diligentísimo e ininterrumpido esfuerzo, que no terminará sino con nuestra vida. Por esto, semejante esfuerzo puede equipararse a un lento y continuado martirio, al que nos amonestan aquellas palabras de Jesucristo: El reino de los cielos se abre paso a viva fuerza, y los que pugnan por entrar lo arrebatan.
»Animémonos todos a esta lucha cotidiana, apoyados en la gracia del cielo; sírvanos de estímulo la santa virgen y mártir María Goretti; que ella, desde el trono celestial, donde goza de la felicidad eterna, nos alcance del Redentor divino, con sus oraciones, que todos, cada cual según sus peculiares condiciones, sigamos sus huellas ilustres con generosidad, con sincera voluntad y con auténtico esfuerzo.»
Vocación a la santidad y fortaleza
La influencia de María Goretti continúa en nuestros días. El Papa Juan Pablo II la presenta especialmente como modelo para los jóvenes: "Nuestra vocación por la santidad, que es la vocación de todo bautizado, se ve alentada por el ejemplo de esta joven mártir. Miradla sobre todo vosotros los adolescentes, vosotros los jóvenes. Sed capaces, como ella, de defender la pureza del corazón y del cuerpo; esforzaos por luchar contra el mal y el pecado, alimentando vuestra comunión con el Señor mediante la oración, el ejercicio cotidiano de la mortificación y la escrupulosa observancia de los mandamientos" (29.IX.91). La realidad y el poder de la ayuda divina se manifiestan de una manera particularmente tangible en los mártires. Elevándolos al honor de los altares, "la Iglesia ha canonizado su testimonio y declara verdadero su juicio, según el cual el amor implica obligatoriamente el respeto de sus mandamientos, incluso en las circunstancias más graves, y el rechazo de traicionarlos, aunque fuera con la intención de salvar la propia vida" (Veritatis splendor, n. 91). Indudablemente, pocas personas son llamadas a padecer el martirio de la sangre. Sin embargo, ante las múltiples dificultades, que incluso en las circunstancias más ordinarias puede exigir la fidelidad al orden moral, el cristiano, implorando con su oración la gracia de Dios, está llamado a una entrega a veces heroica. Le sostiene la virtud de la fortaleza, que ¬como enseña san Gregorio Magno¬ le capacita para amar las dificultades de este mundo a la vista del premio eterno" (id, 93).
Renunciar a todo y no perder a Cristo
Por eso el Papa no teme decir a los jóvenes: "No tengáis miedo de ir contracorriente, de rechazar los ídolos del mundo". y explica: "Mediante el pecado, damos la espalda a Dios, nuestro único bien, y elegimos ponernos del lado de los ídolos que nos conducen a la muerte ya la condenación eterna, al infierno". María Goretti "nos alienta a experimentar la alegría de los pobres que saben renunciar a todo con tal de no perder lo único que es necesario: la amistad de Dios... Queridos jóvenes, escuchad la voz de Cristo que os llama, también a vosotros, al estrecho sendero de la santidad" (29.IX.91).
Santa María Goretti nos recuerda que "el estrecho sendero de la santidad" pasa por la fidelidad a la virtud de la castidad. "Para algunas personas que se hallan en ambientes donde se ofende y se desacredita la castidad ¬escribe el cardenal López Trujillo¬, vivir castamente puede exigir una dura lucha, a veces heroica. De todas formas, con la gracia de Cristo, que se desprende de su amor de Esposo por la Iglesia, todos pueden vivir castamente, incluso si se hallan en circunstancias poco favorables a ello."
"Que la alegre infancia y la ardiente juventud aprendan a no abandonarse desesperadamente a los gozos efímeros y vanos de la voluptuosidad, ni a los placeres de los vicios embriagadores que destruyen la apacible inocencia, engendran sombría tristeza y debilitan más pronto o más tarde las fuerzas del espíritu y del cuerpo", advertía el Papa Pío XII con motivo de la canonización de Santa María Goretti. El Catecismo de la Iglesia católica recuerda lo siguiente: "O el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado" (n. 2339).
Esperanza en la Providencia con amor al prójimo y dignidad de mujer
Para poder crear un clima favorable a la castidad, es importante practicar la modestia y el pudor en la manera de hablar, de actuar y de vestir. Con esas virtudes, la persona es respetada y amada por sí misma, en lugar de ser contemplada y tratada como objeto de placer. Siguiendo el ejemplo de María Goretti, los jóvenes pueden descubrir "el valor de la verdad que libera al hombre de la esclavitud de las realidades materiales", y podrán "descubrir el gusto por la auténtica belleza y por el bien que vence al mal" (Juan Pablo II, id). Con ocasión del centenario de su muerte, el 30 de junio de 2002, el cardenal Sergio Sebastiani ilustró las virtudes de esta santa: «Confianza en la providencia, amor hacia el prójimo, rechazo de la violencia y respeto de la propia dignidad de mujer, oración y unión con Dios, heroísmo del perdón por amor a Cristo, fe en la vida ultraterrena».
«El martirio de "Marietta" ¬como era conocida por sus familiares y amigos¬ es el culmen de un itinerario humano y espiritual que había llegado a la radicalidad evangélica en la cotidianidad de su vida de preadolescente y por esto mantiene todavía hoy actualidad y frescura».

Fuente:www.interrogantes.net

domingo, 3 de enero de 2010

ENTREVISTA AL P. JUSTO ANTONIO LOFEUDO SOBRE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

¿Qué es la adoración Eucarística?
Es adorar a Dios presente en la Eucaristía. Veamos: Jesucristo, al comer la Pascua judía con los suyos, aquella noche en la que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, dando gracias bendijo al Padre y lo pasó a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed todos de él, esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”, al final de la cena, tomó el cáliz de vino, volvió a dar gracias y a bendecir al Padre y pasándolo a los discípulos dijo: “Tomad y bebed todos de él, este es el cáliz de mi sangre. Sangre de la Alianza Nueva y Eterna que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.” Conviene repetirlo, dijo sobre el pan: “Esto es mi cuerpo”, y sobre el vino: “Esta es mi sangre”. Pero, no sólo eso, agrego también: “Haced esto en conmemoración mía”. Les dio el mandato, “haced esto”, el mandato de hacer lo mismo, de repetir el gesto y las palabras sacramentales. Nacía así la Eucaristía y el sacerdocio ministerial. Cada vez que el sacerdote pronuncia las palabras consagratorias es Jesucristo quien lo ha hecho y se hace presente su cuerpo y su sangre, su Persona Divina. Porque Jesucristo es Dios verdadero y hombre verdadero. Siendo Jesucristo Dios y estando presente en la Eucaristía, entonces se le debe adoración. En la Eucaristía estamos adorando a Dios en Jesucristo, y Dios es Uno y Trino, porque en Dios no hay divisiones. Jesucristo es Uno con el Padre y el Espíritu Santo y, como enseña el Concilio de Trento, está verdaderamente, realmente, substancialmente presente en la Eucaristía.

2) ¿Es necesario adorar?
Ciertamente que es necesario adorar. El Santo Padre Benedicto XVI nos recordaba que la adoración no es un lujo sino una prioridad. Es la respuesta connatural del hombre ante Dios, de la creatura inteligente ante su Creador. Los hombres y los ángeles deben adorar a Dios. En el cielo todos, las almas bienaventuradas de los santos y los santos ángeles adoran a Dios. Cada vez que adoramos nos unimos al cielo y tenemos nuestro pequeño cielo en la tierra.
La adoración es el único culto debido solamente a Dios. Cuando Satanás pretendió tentarlo a Jesús en el desierto le ofreció todos los reinos, todo el poder de este mundo si él lo adoraba. Satanás, en su soberbia de locura, pretende la adoración debida a Dios. Jesús le respondió con la Escritura: “Sólo a Dios adorarás y a Él rendirás culto”.
El culto eucarístico siempre es de adoración. Quiero decir que la comunión sacramental implica necesariamente la adoración. Esto lo recuerda el Santo Padre Benedicto XVI en Sacramentum Caritatis cuando cita a san Agustín: “nadie coma de esta carne sin antes adorarla…pecaríamos si no la adoráramos” (SC 66). En otro sentido, la adoración también es comunión, no sacramental pero sí espiritual. Si la comunión sacramental es ante todo un encuentro con la Persona de mi Salvador y Creador, la adoración eucarística es una prolongación de ese encuentro. Adorar es una forma sublime de permanecer en el amor del Señor.
Quien adora da testimonio de amor, del amor recibido y de amor correspondido, y además da testimonio de su fe. De nada vale decir: “yo creo en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía si luego no lo rindo culto de adoración, si no lo reverencio, si no me inclino ni me hinco y hasta diría me postro ante su presencia.
Todo cristiano debe adorar a Jesucristo. Mira bien lo que digo: todo cristiano, no digo todo católico sino todo cristiano. ¿Por qué? Porque adorando a Cristo está dando testimonio de su fe que Cristo es Dios. Los católicos deben adorar el Santísimo Sacramento porque así también dan testimonio no sólo que Cristo es Dios sino de su verdadera, real, substancial presencia eucarística. Dan testimonio del tesoro más grande que tiene la Iglesia, el don de Dios mismo, el don que hace el Padre del Hijo, el don de Cristo de sí mismo, el don que viene por el Espíritu: la Eucaristía.

3) ¿Cuáles son los frutos?
Ante todo el de llegar a la intimidad con el Señor y el de ahondar tal intimidad. Para ningún adorador Jesús es un extraño. Luego, el de vivir más intensamente, participando más, las celebraciones eucarísticas, También la de encontrar paz, una paz desconocida para el mundo. Son muchísimos los testimonios en ese sentido. Personas que nunca pisaron una iglesia y que de pronto por alguna circunstancia o porque el Señor las atrajo entraron a la capilla de adoración y encontraron la paz para ellos desconocida, la que sólo puede dar el Señor. Pienso en dos testimonios bien precisos: Uno, hace ya unos cinco años atrás en México. Una adoradora se había ausentado durante mes y medio, por vacaciones, y dejó en su reemplazo a un cuñado suyo que jamás pisaba una iglesia y tenía aversión a los curas. Pues, este hombre fue para hacerle un favor. Cuando la señora regresó de sus vacaciones el cuñado se apuntó como adorador diciendo: “esta paz que encontré aquí nunca antes en mi vida la había conocido”. Hace un par de días me llegó otro testimonio, éste de Prato, en Italia. Una señora de nombre Maria Grazia dejó escrito: “Hace más de 10 años que no piso una iglesia. Si alguna vez fui fue en visitas de arte. Aún no sé porqué pero hoy entré en esta capilla (la de adoración perpetua) y siento una paz que no quiero perder”. Evidentemente, sin esta persona saberlo, ha sido atraída por el Señor y estoy seguro que comenzará un camino de conversión. Como este caso hay muchísimos. Frutos de conversión, frutos de salvación, frutos de sanación de viejas heridas, de perdón, de reconciliación. Ahora mismo hay una pareja que habían iniciado el divorcio y están yendo juntos a la adoración. También hay vocaciones religiosas y a la vida familiar. Conozco dos casos de personas que habían decidido suicidarse y que por la capilla, sintiéndose atraídas por la presencia silenciosa del Señor han encontrado al Salvador que las ha rescatado de la muerte. Ahora que los demonios andan sueltos puedo asegurar que no hay mejor exorcismo para una ciudad, para un lugar, que tener la adoración perpetua.
Bueno, no puedo evitar de hablar de la adoración perpetua porque voy al caso máximo que es cuando el Señor es adorado día y noche sin interrupción. Por eso, a ustedes, a todos los que tienen felizmente una capilla, un oratorio, un lugar dónde adorar, les recomiendo que intensifiquen también el tiempo de adoración.

4) ¿Qué se debe hacer mientras se está en adoración Eucarística?
Ser conscientes de quién está delante de nosotros. Esto es lo esencial. Muchas veces en las capillas hay subsidios,.es decir ayudas para la meditación, libros de espiritualidad. En esto conviene recordar la recomendación de san Pedro Julián Eymard: el Señor aprecia mucho más nuestras pobres palabras y pensamientos que los mejores dichos o escritos por otros. Es importante acostumbrarse al silencio y establecer un diálogo con el Señor. Contarle lo que nos aqueja, interceder por las personas que han pedido oración o que a nosotros nos preocupan, pero, por sobre todo, contarle cuánto lo amamos. Él sabe de nuestras miserias y se lo podemos decir pero también que, pese a esas miserias, lo amamos. Pidamos que aumente nuestro amor, nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra adoración. Hagamos luego silencio. Claro, no es fácil el silencio porque llevamos mucho rumor interior. Pero, a adorar se aprende adorando y el silencio interior en algún momento se logrará. Hay que dejarse amar y abrazar por el Señor en cada momento de adoración. Eso es entrar en su intimidad. Una recomendación también beneficiosa es leer algún pasaje del Evangelio, siendo conscientes que el Señor del cual habla el Evangelio está delante de nosotros. Nunca disociar la presencia del Señor en el Santísimo con la lectura que hagamos ni con el Rosario –que es otra de las cosas que se puede hacer durante la adoración- que recemos. Que no esté la persona por un lado con su oración y el Señor allá solo por el otro. Terminemos, recomienda también san Pedro Julián Eymard, con otro acto de amor.
Volviendo al Evangelio, es muy recomendable la Lectio Divina, que es orar con la Palabra de Dios. Para entender y de modo muy resumido, qué es, es tomar un pasaje, por ejemplo del Evangelio, que pueda ser escogido de antemano o bien el que salga, y ver qué dice ese pasaje usando inclusive la imaginación para situarse en el contexto del relato. Luego, ver qué me dice, qué resonancia hay en mí, qué eco tiene esa Palabra, qué me ha tocado del pasaje, en qué me siento interpelado, y, finalmente luego de rumiarlo viene lo que brota desde mi interior, es decir qué respondo yo en oración.
Por último, hay veces que nos sentimos muy cansados o muy contrariados por lo que nos ha tocado vivir, o que estamos particularmente probados. En esos casos o no se hace nada, simplemente se deja uno estar y que la presencia del Señor lo toque o bien se puede rezar con los salmos apropiados a la situación que se está viviendo.

5) ¿Si Dios está en todas partes por qué tengo que ir a un lugar específico para adorarlo?
Dios está en todas partes pero no de la misma manera. Hay una presencia de Dios por inmensidad, hay una presencia de Dios por inhabitación, cuando la persona está en estado de gracia, pero hay una presencia particular, única y es en la que Él decidió permanecer con los suyos antes de partir y esta es la Eucaristía. Es el legado de amor que nos dejó y la forma que sólo Dios podría haber concebido: la más humilde, silenciosa y vulnerable: la del pan eucarístico. Fue el modo de cumplir con su promesa: “Estaré con vosotros hasta el fin del mundo”.

6) ¿Por qué tengo que firmar el libro de los adoradores si el Señor ve en lo secreto?
Por una cuestión de disciplina interna. Justamente como ve en lo secreto Él sabe si soy manso y humilde de corazón, como Él lo es y quiere que seamos, o si soy orgulloso o hasta soberbio y quiero yo dictar mis propias leyes. Negarse a firmar un libro me parece un acto de rebelión, de orgullo malsano, porque impide a los coordinadores saber si la hora ha sido o no cubierta, es decir si el Señor ha quedado o no solo. Fíjate contra quién va, en última instancia, el negarse a firmar: contra el mismo Señor que ve en lo secreto. Debemos aprender a madurar como cristianos y a no temerle que haya reglas cuando éstas son necesarias para la buena marcha y para la custodia de la capilla.

7) ¿Los divorciados pueden adorar?
Imagino que te refieres a los divorciados y que conviven con otra persona y que lo preguntas porque en ese caso no pueden acceder a la comunión sacramental. No sólo pueden sino que para ellos es la forma mejor de comunión espiritual que puedan tener. Qué mejor que estar con el Señor que tanto los ama y no quiere que se aparten de Él. No olvidemos nunca que la Iglesia es Madre y que los hombres podemos equivocarnos en la vida pero siempre la Iglesia, que es de Cristo, tiene los brazos abiertos para todos. Si bien los divorciados y vueltos a casar, no pueden acceder a la comunión sacramental sí pueden -y deben hacerlo- gozar de la comunión espiritual que, como dije al principio, implica la adoración eucarística.

8) Algunas personas dicen que ellos adoran cuando quieren y no desean asumir el compromiso de tener un horario fijo. ¿Cuál sería la razón por la cual hay que inscribirse?
Muy sencillo. Si todos pensaran así no habría ninguna posibilidad de tener al Santísimo expuesto, es decir no habría adoración, porque a menos que estemos seguros que habrá al menos una persona frente al Señor –esa persona es el custodio de la Eucaristía, su guardián- no podemos abrir la capilla.

9) A veces, cuando invitamos a algún hermano a formar parte de la adoración Eucarística nos responde que ya pertenece a otro grupo parroquial o que es catequista. ¿Qué le responderías?
Que la adoración es para todos. Que la Eucaristía es el Sacramento de Unidad y nada mejor que estén adorando en torno a Ella todos las realidades eclesiales, todas las comunidades y grupos. La adoración eucarística es la ocasión de comunión de fe que tienen esas diferentes realidades y actividades. Más aún, es la oportunidad de conformar una fraternidad eucarística. Mira, Graciela, la parroquia no es un centro de actividades, por más que haya actividades de distinto tipo, no es tampoco un centro de obras de misericordia por más que tenga Caritas u otras funciones que apunten a eso, no es un centro deportivo ni un club por más que los chicos practiquen deportes o tenga oratorio, sí abarca todo lo que digo y más, pero una parroquia es fundamentalmente una comunidad eucarística. Si no hay Eucaristía no hay nada, no hay Iglesia, no hay nada. Y habiendo eucaristía debe haber culto, debe haber adoración.
Yo les diría, quizás crudamente, no se trata de buscar excusas para no adorar, más bien que hagan la experiencia de la adoración porque “eso es lo único necesario que no les será quitado” como le dijo el Señor a Marta, la hermana de Lázaro.

10) ¿Por qué la adoración Eucarística es silenciosa?
Por una muy simple razón: porque es el encuentro entre el adorador y el Señor y no se puede interferir en esa intimidad. Porque yo no puedo imponer a otro lo que se me ocurre a mí hacer. Cada uno, en el silencio de su corazón se relaciona con el Señor como quiere, en la libertad de hijos de Dios, o como se lo dicta el Espíritu. Uno podrá estar rezando en silencio el Rosario mientras otros estén dialogando con el Señor u otro goce en ese silencio de la Presencia Divina sin mediar palabra mental ni nada. No hay que tenerle miedo al silencio. El silencio es necesario al espíritu. Debemos desintoxicarnos de tanto ruido y procurar el silencio interior. Sin silencio no puede haber contemplación y hay que llegar a ese grado de oración.

11) ¿Cuántas capillas de adoración perpetua has abierto hasta ahora, en qué lugares y cuántos adoradores están inscriptos?
No llevo la cuenta. Muchas, pero nunca las suficientes. En Europa, tuve la gracia de abrir varias en Italia, en distintas regiones del norte y centro; en España todas las que hay allí menos una que ya estaba; la primera en Rumania; también en México y he participado en misión en Suiza. En algunos lugares, cuando el Obispo pide para la ciudad, por tanto es proyecto de la ciudad -y debo ir a varias parroquias para predicar y recoger adhesiones- los inscriptos suelen ser alrededor de 600 a 700 y en algún caso aún más. Cuando es un proyecto parroquial, en Europa son alrededor de 400 aunque hubo casos de menos. En cambio en México en parroquias reuníamos 700 u 800, ¡en una sola parroquia!
Algo que pocos imaginan es que de las 2600 capillas de adoración perpetua que hay en el mundo casi la mitad están en los Estados Unidos. En una ciudad, San Antonio, Tejas, hay 100 capillas de adoración perpetua.
El tema no es sólo cuantitativo, cuántas hay y cuántos adoradores hay, sino también cualitativo. Hay adoración perpetua en países que no son ni siquiera cristianos. Un hermano de comunidad acaba de abrir una capilla de adoración perpetua en Basora, Irak, y otra en Malula, Siria. En Malula aún hoy hablan el arameo que hablaba Jesús. Otro hermano abrió dos capillas en China. Hace poco me tocó a mí la gracia de ayudar a abrir una en un hospital, es la única en un hospital en Italia, está en Reggio Emilia, es la capilla del Arcispedale de Reggio Emilia. También de allí me ha llegado un testimonio conmovedor.
Todo esto nos hace ver de cerca, nos vuelve testigos privilegiados, de la gracia de Dios. Hay casos humanamente imposibles, como el de una pequeña parroquia en zona rural de la Toscana, en Italia, donde además es alto el índice de ateos. Sin embargo, allí hay desde hace unos meses adoración perpetua. Yo llegué a creer que no sería posible y sin embargo, el Señor nos demostró que sí. Cuando encuentro detractores, personas que se oponen, que dicen que es imposible les respondo con las mismas palabras que el Señor le dijo a la samaritana: “Si tú conocieras el don de Dios!”
Además, volviendo un poco a una pregunta que me hacías sobre los que alegan que ya tienen otras actividades (como si la adoración fuera una actividad más. Es la actividad por antonomasia!) no se puede desechar el ofrecimiento del Señor, hay que acoger el don y el don único es su presencia única que nos trae la paz y la unidad y nos colma con sus bendiciones y gracias y nos protege del mal. .La Eucaristía es sacramento de unidad. Dos ejemplos, es decir dos testimonios: uno me tocó a mí, en Timisoara. Allí hay hoy greco católicos, latino católicos y ortodoxos que adoran juntos a su mismo Señor. Lo que los hombres empeñados en el ecumenismo no logramos el Señor lo ha hecho. Es un milagro patente. El otro ha sido en China, donde están adorando al Señor fieles de la llamada Iglesia patriótica, que es la oficial, y de la Iglesia oculta, del silencio, que es la que responde a Roma.

12) ¿Qué consejos nos brindarías a cada uno de nosotros para ser esos buenos adoradores, como desea el SEÑOR, en Espíritu y Verdad?
Para adorar al Santo hay que ser santo, hay que hacer un camino de santidad. No tenemos que temer a la palabra santidad. La santidad es camino de perfección en el amor, santidad es unión con Cristo. No se puede contemplar a Dios con los ojos contaminados por el mundo. No es posible alabarlo y hablar con Él con los mismos labios que profieren palabrotas, que mienten, que murmuran a daño de los otros, que difaman o que calumnian. No se puede escuchar a Dios con el oído que se complace en escuchar murmuraciones, historias sucias, palabras que ofenden a Dios. Porque los ojos deben ser claros, reflejo de un alma limpia y de un corazón puro. Los labios deben bendecir aún a aquellos que nos maldicen. El oído debe estar atento a la Palabra y al llamado del Rey y Señor nuestro. Por eso, mismo, en la adoración debemos buscar y pedir la purificación de nuestros ojos para que sólo lo miren a Él y miren a los demás con su mirada. Para que nuestras miradas no se distraigan por las cosas del mundo y, menos aún, se enturbien en la impureza. Que el Señor purifique nuestros labios, nuestra boca, como purificó la boca de su profeta, para que hable con Él y de Él. Que el Señor purifique nuestro oído para poder escucharlo cuando nos llama aunque el ruido del mundo quiera cancelar su voz.
Pedirle en cada hora santa de adoración que purifique nuestro corazón para acudir con prontitud a su llamado y para que sea manso y humilde como Él lo es, para que sepamos amar como Él quiere que amemos. Que en cada hora santa nos purifique, también, para arder en su Divino Amor y podamos llevar ese fuego adonde vayamos.
No somos santos, tenemos nuestras miserias. Cuanto más nos acercamos al Señor, en cada adoración, más pecadores nos descubrimos. El Señor es la Luz y si estamos alejados de Él, nos ocurre como quien está lejos de la luz: no ve sus manchas. Le basta aproximarse para descubrir las manchas y su necesidad de estar limpio. No temamos en acercarnos, si vamos con corazón sincero hacia el Señor, hacia su presencia eucarística, Jesús nos santificará y seremos esos adoradores que busca el Padre, en espíritu y verdad.


11) COMENTARIOS: .Para concluir diría que no olvidemos la dimensión de reparación que debe significar la adoración. No en vano el Ángel de Fátima, cuando se le apareció a los pastorcitos, les enseñó a reparar y a interceder por los pobres pecadores ante el Santísimo Sacramento. Cada día hay más razones y casos para reparar las ofensas que se cometen contra la majestad de Dios, porque cada día aumenta más la apostasía. Por medio de la adoración debemos reparar por nuestros propios pecados y reparar por los pecados del mundo.

P. Justo Antonio Lofeudo MSLBS es Misionero de la Sociedad Misionera de Ntra Sra del Santísimo Sacramento fundada por el P. Martín Lucia cuyo carisma es abrir por el mundo entero el mayor número posible de Capillas de Adoración Eucarística Perpetua. (AEP)

Pueden visitar su página: www.mensajerosdelareinadelapaz.org