jueves, 11 de marzo de 2010

HOMOSEXUALES Y LA IGLESIA

No es raro que en los medios de comunicación se critique a la Iglesia por su supuesta posición contra los homosexuales. Pero son pocos los que ahondan y ven más allá del sensacionalismo: que la Iglesia no tiene nada contra las personas.
Un buen botón de muestra viene de África: los obispos de Uganda criticaron un proyecto de ley que prevé duras penas (en algún caso, la pena de muerte), contra los homosexuales. Ha sido, pues, la Iglesia la que se ha levantado contra esta posición, mostrando claramente que la Iglesia no condena a los homosexuales en sí, sino que incluso los defiende si es el caso.
Tal vez la mejor manera de entender la posición católica sobre este punto son los documentos que la Iglesia ha ido emitiendo a lo largo de los años: los números del Catecismo (2357-2359); la carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 1 de octubre de 1986, sobre la atención pastoral a las personas con tendencias homosexuales; y, del mismo dicasterio vaticano, el documento sobre algunas consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (3 de junio de 2003), por mencionar los más importantes. Sería muy largo desarrollar todos los puntos; bastaría subrayar tres imprescindibles:

1. Es necesario hacer la distinción entre «tendencia homosexual y actos homosexuales» (Atención pastoral a las personas homosexuales, 1 de octubre de 1986). Si bien los primeros no son pecados en sí, «constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral» (Idem, n. 3).

2. Los hombres y mujeres con tendencias homosexuales deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2358; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, 1 de octubre de 1986, n. 12), pero esto no significa que se pueda aprobar la práctica abierta del homosexualismo, cuyos actos son intrínsecamente desordenados, pues «cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2357).

3. Este mismo respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación de la legalización de las uniones homosexuales. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial entre un hombre y una mujer como base de la familia, célula primaria de la sociedad. «Reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. La Iglesia no puede dejar de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad» (Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, n. 11).
Habría mucho más que decir, pero estas breves líneas pueden dejar claras las premisas para cuando alguien desee opinar, de manera arbitraria, sobre la posición de la Iglesia en este campo. Después de todo, la Iglesia, que es Madre, ama a todos y desea que sus hijos sean felices aquí en la tierra y, al final de la vida, lleguen a la auténtica y verdadera meta: el abrazo eterno con Dios.

Por Adán López, L.C.

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