La confianza total en Dios es condición indispensable para ser santos y crecer en el amor de Dios. Confiar en Él, sin condiciones, es la mayor alegría que podemos dar a nuestro Padre Dios. Por eso, le decía Jesús a una santa religiosa: “Si me amas, confía en Mí; si quieres amarme más, confía más en Mí; si quieres amarme inmensamente, confía inmensamente en Mí”.
La Madre Teresa de Calcuta decía; “Señor, acepto lo que me des y te entrego lo que quieras tomar de mí. Señor, soy tuya y, si me haces pedacitos, cada pedacito será para Ti”. Eso es confianza, confiar hasta el límite de decirle que ponga y quite de nosotros lo que quiera, sea salud o enfermedad, pobreza o riqueza, prestigio o cargos importantes... Ella decía que la verdadera santidad consiste en hacer siempre la voluntad de Dios con una sonrisa. ¿Por qué? Porque, si amas a Dios y crees en su amor, debes confiar hasta el punto de creer firmemente que su voluntad es lo mejor para ti y debes seguirla sin condiciones. Santo Tomás de Aquino decía que “La santidad es una firme resolución de abandonarse en Dios”. El jesuita Jean Pierre de Caussade (1673-1751) en su famoso libro Abandono en la Providencia divina, dice: “Toda la santidad puede reducirse a una cosa, la fidelidad a la misión de Dios. Esta fidelidad consiste en la amorosa aceptación de lo que Dios nos envía a cada instante. Pues, para el que confía en Dios, todo lo que sucede se convierte para él en gracia y providencia de Dios”. Esto significa que debemos estar dispuestos a aceptar en cada momento la voluntad de Dios, manifestada a través de las circunstancias de cada día, aunque sean adversas y desagradables.Pero, teniendo la seguridad de que Él lleva el timón de la barca de nuestra vida y que con Él estamos a salvo. Con Él no perdemos. Con Él todo es ganancia, apostamos a vencedor, pues sabemos que el camino que Dios quiere para nosotros es el mejor. Y Dios todo lo va a permitir para nuestro bien (Rom. 8,28), aun cuando no veamos el final del túnel.
Ser santo, pues, significa estar dispuestos en cualquier momento, a hacer la voluntad de Dios. Es estar siempre “listos”, estar dispuestos a lo impredecible de Dios, que nos puede llamar a cualquier hora y en cualquier lugar sin consulta previa. ¿Estás preparado? ¿Alguna vez le has dicho con sinceridad: “Me entrego a ti totalmente y para siempre”? Recuerda que Dios tiene buena memoria y lo toma en serio. ¿O tú ya te has olvidado? ¿O lo dijiste por decir, sin ningún compromiso? Job decía: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó, ¡Bendito sea el nombre de Dios!” (1,21). “Aunque Él me matara, seguiría confiando en Él” (13,15). Y Jesús le decía a su Padre: “Que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42).Hay que seguir confiando, aunque nos lleve por caminos de espinas, aunque todo parezca oscuro y sin solución, aunque parezca que todo el mundo se nos viene encima o que todos están contra nosotros. Pase lo que pase, sigamos confiando en Él.
Podemos decir con el salmista: “Aunque pase por un valle de tinieblas, no temeré mal alguno, porque Tú, Señor, estás conmigo” (Sal 23,4). Y escuchar a Jesús que nos dice en esos momentos difíciles: “No tengas miedo, solamente confía en Mí” (Mc 5,36).
“Señor, yo me entrego a Ti, me pongo en tus manos con una confianza sin límites, porque tú eres mi Dios. Haz de mí lo que tú quieras, puedes tomar o quitar lo que desees. Todo lo acepto como venido de tus manos, porque te amo y sé que todo lo que tú decidas es lo mejor para mí, porque creo en tu amor. Señor, yo te amo y yo confío en Ti, ahora y para siempre, sin condiciones ni limitaciones. Llévame donde tu quieras, escóndeme en tu divino Corazón y hazme santo. Amén”.
P:Angel Peña
jueves, 16 de abril de 2009
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